Autorretrato de mi República Dominicana

Autorretrato de mi República Dominicana

Samuel Luna

Un autorretrato es un reto, es mirarse a sí mismo, consiste en hacer un análisis detallado y minucioso de quiénes realmente somos y cómo actuamos. Cuando hacemos un autorretrato de nuestro país las cosas se complican, porque no se trata de una percepción, es la realidad proyectada en la pantalla de la sociedad, con imágenes reales y muy difícil de negar.

El autorretrato es incómodo, genera vergüenza; sin embargo, crea y nos deja en una disyuntiva de soluciones, que si la tomáramos  en cuenta, generaría una restitución en el Estado dominicano.  Por tal razón, permítanme crear un borrón social, un escrito  en forma de espina, que nos haga reaccionar con el fin de despertar y explotar  las burbujas creadas por un sector que nos ha hecho creer muchas falacias y mentiras. El dolor nos lleva a cuestionarnos, nos hace despertar de las falsas promociones, adulaciones y zalamerías.  Otra cosa, cuando nos vemos a nosotros mismos, sin máscaras, con lentes que no distorsionen la realidad histórica y cultural, sentiremos mucho dolor y se generará un mecanismo de defensa, porque a nadie le gusta que lo vean desnudo, muy pocas personas están dispuestas a las confrontaciones, decimos que somos el mejor país, pero al mismo tiempo odiamos nuestro comportamiento social.

El autorretrato de mi República Dominicana nos permite ver un país con una historia cargada de corrupción; desde su fundación y origen como colonia estamos cargados de traición y zancadillas. Somos un pueblo que no ejerce sus derechos, no entendemos el poder de la potestad ciudadana. El comportamiento de la población dominicana aplaude más los privilegios que los derechos. Nos quejamos de la hípercorrupción, vociferamos y nos volvemos frenéticos, de repente actuamos como guardianes del Estado; en cambio, cuando llegan las elecciones electorales, cuando salen los rostros de los candidatos, cambiamos de conducta, es como si sufriéramos de una “bipolaridad social”, nos vendemos, nos comportamos como aquellos que venden sus cuerpos, en este caso, vendemos la dignidad.

El autorretrato afirma la conformidad de mi República Dominicana, nos sentimos satisfechos y olvidamos los problemas cuando llega la temporada de béisbol, cuando conseguimos el récord Guinness por hacer el mangú más grande del mundo; nos han anestesiado con una media verdad vendida en los hilos virtuales, que dice, “somos un pueblo que ríe y que canta”.  Ese mismo pueblo que vive en un estado hedonista, lleno de ruidos para bloquear los sinsabores y salvajadas que se presentan en nuestra sociedad, es el pueblo que busca emigrar hacia otras naciones en busca de una mejor vida.

En este autorretrato no estoy promoviendo el fatalismo, estoy siendo objetivo, dejando una espina en las fibras de la sociedad dominicana, esperando que un día, y no muy lejos, todos podamos decir: ¡Estamos contentos porque los justos están gobernando!

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