Aventuras del violín de Baltasar

Aventuras del violín de Baltasar

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
El padre Robles Toledano me advertía -en años en que empezaba yo a escribir artículos- que nunca se debía citar de memoria. He seguido el consejo con altas y bajas, como las mareas. Hoy, atiborrado de noticias desagradables, internas y externas, me ha llegado como una luz primaveral el recuerdo de aquel violín que hace ya muchos años le llevara a mi padre el versado y entusiasta folklorista Papito Rivera.

Se apareció en la imprenta paterna con un violín desarmado, cubierto de barro y con un clavo -hecho por algún herrero-metido en la parte baja de la pieza que se conoce como voluta y que unida al cuello se agrega al cuerpo del instrumento. Venía envuelto en grandes páginas, ya amarillentas, del diario El Caribe. Papito explicó que se trataba del famoso violín de Baltasar Rodríguez, que él había localizado tras una extensa pesquisa. El clavo estaba allí porque esa pieza servía de cuña para un grueso madero que sostenía el techo de cana de un bohío.

El había desarrollado tal interés por el instrumento, porque conocía el versito campesino que contaba: «En la fie»ta »e Sabaneta/ Baitasai tocó ei violín/ y lo tocó tan bonito/ que se parecía un mo»quito/ poique sonaba fuín, fuín».

Papá decidió armarlo, completarlo y hacerlo sonar. Encargó a un obrero taciturno, de rostro destruido por viruelas remotas, tan inexpresivo que sus compañeros lo llamaban «Papo cara»e piedra», para que le quitara el barro y lo puliera. Luego él se encargaría de fabricar las piezas faltantes y armarlo. Lo hizo. Y ese violín, de maderas no convencionales pero con las dimensiones del llamado» largo formato» de Stradivarius, ese instrumento humilde que obtuviera burlas de los excelentes músicos italianos que Petán Trujillo había hecho venir desde Roma con un contrato exclusivo para «La Voz Dominicana», quienes se reían de ese violín «hecho con tablas de un armario», ese violín -repito- fue el instrumento en el cual toqué numerosos conciertos como solista acompañado de la Sinfónica Nacional. Cuando interpreté el Segundo Concierto para violín  y orquesta de Henri Wieniawski, me acompañó el director Helmuth Thierfelder, director titular de la Sinfónica de Hannover, en Alemania. Me contrató como Concertino alterno de su orquesta. Allí fuí yo con el violín de Baltasar, a alternar con un Concertino austríaco poseedor de un excelente violín cremonés y, sobre todo, de una arrogancia nazi, abiertamente despectiva para este violinista llegado de una lejana isla del Caribe. En el primer ensayo nos sentamos juntos en el primer abril y él miró con una burla de ojos azules mi pobre violín. Luego me dijo que si yo estaba contratado como «alterno», no teníamos que estar los dos, sino una vez él y otra yo. De acuerdo.

-¿Entonces usted está dispuesto a actuar como Concertino mañana?

-Sí…naturalmente -repuse.

Resultó que tanto él como el director asistente Reiner Koch (no olvido el nombre) me habían preparado una mala jugada. A la mañana siguiente aparecieron en los atriles dos obras de Rimski-Korsakov: «Sheherezade» y el «Capricho Español», ambos con difíciles «solos» para el Concertino. Dios, que me protege, determinó que yo estuviese muy familiarizado con estos «solos», y el violín de Baltasar llenó el salón de ensayos con una sonoridad espléndida. El austríaco, que estaba oculto tras una columna de la sala, fue objeto de tal abucheo, que pretendió estar enfermo durante todo el tiempo -tres meses- que duraba mi contrato. Perdió el empleo. El violín de Baltasar brilló en el concierto inaugural de la temporada de Herrenhausen a inicios de los años sesenta. Los solistas que compartieron la noche con nosotros, tenían instrumentos de gran valor  y calidad, pero la crítica destacó el espléndido sonido del violín de Baltasar.

Por esos misterios de la vida, a nuestro regreso de otras estancias en el extranjero, el violín empezó a perder calidad y se me hizo necesario adquirir otro, que había pertenecido al más grande violinista nuestro: Gabriel del Orbe.

El violín de Baltasar se había cansado. Ciertas notas simplemente no sonaban. Su inexplicable misión había terminado.

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