Averiguación dolorosa 2

Averiguación dolorosa 2

En muchos lugares se les dice a estas preocupaciones “asuntos de raíces”. Raíz es algo que no se ve, que está bajo tierra muy profundamente cimentado; que se saca a la superficie con dolor, y con desprendimiento y revelación de todas las materias que la acompañan. “Raíces de nuestro espíritu” es el título que el dominicano Guido Despradel Batista dio a su célebre conferencia de 1936. Pedro Henríquez Ureña escribió “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”. Octavio Paz, en “El laberinto de la soledad”, nos habla de “El pachuco y otros extremos”, de “Los hijos de la Malinche”.
Zun Felde, en Uruguay, Picón Salas en Venezuela, Haya de la Torre en Perú; en México Vasconcelos y el gran Alfonso Reyes; Pedreira en Puerto Rico, Da Cunha en Brasil, todos quieren saber qué somos. A Sarmiento y a Alberdi; un par de viejos argentinos egregios, no es conveniente olvidarlos. Otros han tratado de edificar una gaseosa “filosofía americana”.
En materia política hemos visto en América verdaderas contiendas de mercado. A Rubén Darío se le ha echado en cara que el solo hablaba de príncipes de Golconda de canéforas y de japonerías. No cantaba “la realidad de su tierra”. Se evadía por las claraboyas de la mitología, del orientalismo y de la arqueología. Nuestro Domingo Moreno Jimenes sería el “contraposto” de estas preferencias temáticas de Darío. La “vieja de los piñonates”, “La niña Pola”, el vocear de los huevos, el tabaco malo – temas de su poesía-, nos remiten el “mundo real”, a nuestro pequeño mundo local, con la esperanza de conseguir el tono emocional con que el escritor vive las cosas y temas sobre los cuales escribe.
Nativistas nacionalistas, y universalistas –escapistas, son los rótulos que aplican en América a estos dos modos de expresión literaria. Pero no tienen razón ninguna de estas bandas intelectuales. La verdad, como es frecuente, no está en estos exasperados puntos de vista. Algunos positivistas americanos del pasado, fueron anti hispanistas. Creían que el progreso de nuestros pueblos consistía en desespañolizarse, pero no siempre fueron, a la vez nativistas, indigenistas, teluristas. Las guerras de independencia dejaron viva una corriente social “matricida”, de antiespañolismo, no solo político sino también cultural. (La feria de las ideas, 1964).

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