José del Castillo, querido colega y amigo, me frisó el alma cuando citó al estadounidense Garcynski, que nos visitó hace muchas décadas: “Me temo que los dominicanos son el sedimento de un pueblo, no el germen de uno, ya que parece que no tienen fuertes convicciones excepto, tal vez, el amor por su país y el deseo de libertad. Puede que estas lo salven”.
Eso de que seamos “un sedimento”, o dicho en dominicano, un residuo, unas heces de lo que fue o pudo haber sido, no es cualquier diagnóstico. Uno se pregunta si será por eso (o por no saberlo), que el embajador actual de esa poderosa nación, se ha atrevido a traernos lo peor de su nación, una especie de “rock ash” cultural, como aquel residuo de plantas eléctricas que nos embarcaron, que a diferencia de las heces no servía ni para abono. El mundo industrial se ha hecho cada vez más peligroso, para sí mismo y para todo el planeta, en especial para pequeñas naciones importadoras de “novedades” y “excedentes”.
En el mundo desarrollado, generador de riesgos impredecibles, como lo llama el sociólogo Ulrich Bech, pocos reparan en la nueva especie de depredadores de cultura, individuos y agrupaciones que se oponen de todo lo que les signifique alguna amenaza a su ideología del “do as you wish”, “cada cual haga lo que le plazca”. Convertidos en movimientos mundialmente organizados de verdaderos axiófobos, personificadores del Ánomo (como llamaban los primeros cristianos al Enemigo).
Estas organizaciones avanzan a todo dar en lo que pensadores, políticos, educadores y comunicadores se la pasan haciendo diagnósticos y denuncias que nadie parece tomar en serio. Al tiempo que los que defienden los valores culturales y éticos, no han sido aún capaces de ponerse de acuerdo para explicar en términos prácticos y funcionales las gravosas consecuencias que para la vida civilizada y decente significan esas amenazas a nuestra cultura. En cambio, inútilmente, hablan, sin que alguien más que sus feligreses les pongan asunto, sobre castigos divinos a los que las multitudes modernizadas y las masas delirantes del consumismo apenas sientan que ese mensaje está dirigido a ellos.
El escenario mundial nos muestra a miles y miles de fanáticos de la libertad a ultranza, o del libertinaje puro y simple, convertidos en terrorista contra toda tradición, en iconoclastas y anarquistas simulados, depredadores de cultura, valores y tradiciones.
Por ejemplo, Roberto Briesman, explica que la ideología de género intenta vaciar de contenido expresiones como hombre, mujer, padre, madre; borradas por una intercambiabilidad absoluta entre los sexos. “Ese intento de vivir sin identidad, masculina o femenina, está provocando frustración, desesperación, e infidelidad entre muchas mujeres y hombres incapaces de ir en contra de su propia esencia.” El hecho, de moda, de negar la propia naturaleza, es un acto supremo de rebeldía humana. De un humano psicológica y espiritualmente desorientado y frustrado, tratando, inútilmente, de abrirse por sí solo el camino hacia una utopía infuncional y absurda, la de ser, como en Génesis, 3:5, él mismo su propio dios.