¡Ay, Haití!

¡Ay, Haití!

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
El primer ministro haitiano Gerard Latortue dice que la desertificación producida por el pueblo de su país en su propio territorio podría extenderse hacia la República Dominicana.  He ahí un problema fundamental del cual no nos ocupamos como debiéramos. Sostengo la posición de siempre: los haitianos en su tierra y nosotros en la nuestra, pero ¿es tan simple? El dinero ha roto las fronteras y ahora no importa quién fabrica, quién produce, el sello de marca sustituyó al país de fabricación que demostraba la excelencia del producto.

Aquí se reproduce ese capitalismo supranacional: los obreros de la caña, eran haitianos; los obreros de la construcción, son haitianos; los peones de las fincas; son haitianos; los vendedores callejeros de frutas, frutos, dulces y comidas, así como los de jugos, son haitianos; los sembradores y cosechadores de café, cacao, arroz, son haitianos. En muchas casas el servicio doméstico proviene de Haití y a unos 800 metros del Baluarte del Conde queda «el pequeño Haití.

En una palabra: pagamos por el «desastre ecológico» haitiano, producto de una práctica de tierra arrasada que no respeta árbol alguno para darle hacha y convertirlo en carbón vegetal.

Quizá algunos haitianos y dominicanos generosos quieren que compartamos la poca cubierta boscosa que nos queda, pero no todos pensamos así. Los haitianos están bien en su casa, que la cuiden, que la reconstruyan, que aprendan, pero allá, en su país.

A los capitalistas dominicanos hay que enseñarles a pagar a los trabajadores, a los obreros del campo y la ciudad, para que los dominicanos bajemos el lomo en nuestra tierra y no vayamos a ser mendigos de trabajos menores en tierra extraña.

Unos cuantos capitalistas se enriquecen con el trabajo de haitianos para no pagar a dominicanos que se resisten a la más vil de las explotaciones.

Mientras, la invasión pacífica continúa a cuentagotas con la complicidad de autoridades uniformadas y sin uniforme que se sientan desde la frontera hasta las orillas del canal de La Mona, del mar Caribe hasta el Atlántico.

¿Es obligado soportar esa alianza tenebrosa de explotadores sin nacionalidad, sin alma, a quienes sólo les importa el beneficio aunque para obtenerlo sacrifiquen hasta la libertad, la soberanía, la independencia y la historia?

No soy xenófobo, no estoy confundido. Me limito a señalar que unos por hacerse ricos y otros por no dejarse morir de hambre, actúan contra los recursos naturales de nuestro país, en compañía y con la complicidad de millares de haitianos residentes aquí, para quienes el hacha tiene más valor

que la conservación y enriquecimiento del medio ambiente.

Al parecer el subconsciente traicionó al primer ministro Latortue cuando dijo que Haití levanta infraestructuras muy importantes, citó la carretera norte que va de Cabo Haitiano a Dajabón. Sí, muy importante; hará que los ricos de aquí sigan sus contrabandos hacia Haití, con la complicidad de

muchas autoridades nuestras y facilitará que los haitianos lleguen a quedarse con mayor facilidad.

A eso hay que ponerle freno. Aunque no queda mucho tiempo, aún podemos trabajar para no tener que llorar como mujeres lo que no estamos defendiendo como hombres, igual que el célebre Boabdil, el moro de Granada.

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