Ay, me duele el bolsillo

Ay, me duele el bolsillo

MARIEN A. CAPITÁN
Desde hace semanas, cada viernes se traduce en una pequeña tortura: levantarse temprano, llegar al periódico, salir rápidamente para la calle –en un afán de ser más eficiente en conseguir las noticias–, regresar temprano a la redacción de este diario y, tras la pausa para comer, escribir pronto y salir como un bólido del periódico.

Con cautela, porque chocar siempre será peor que esperar, conduzco hasta mi acostumbrada estación de gasolina. Entonces, como siempre debo esperar a que me atiendan, suelo elucubrar en torno al monto que subirán los combustibles al día siguiente.

Generalmente no me equivoco. Como si de una rutina se tratase, el comportamiento de los precios en las últimas semanas es invariable: o sube dos pesos o baja veinte centavos. Por esa razón, hasta que no me sorprendan favorablemente, continuaré con la costumbre de echar gasolina cada viernes.

Esa costumbre, que pensé sería desterrada durante este gobierno, me obliga a pensar en lo efímeros que son los sueños: yo creí, ilusa de mí, que en cuanto Hipólito Mejía se fuera del poder terminarían las alzas constantes de los hidrocarburos.

Con dolor descubro que no es así. Aunque ha subido el petróleo, como dirán los que quieren convencernos de que no debemos quejarnos, yo me pregunto si en nada ayuda la baja y la estabilidad de la tasa cambiaria.

El dólar, al parecer, sólo tiene influencia en la economía del país cuando se trata de subir, subir, subir, subir y volver a subir, subir y subir los precios. Si la tasa se dispara, como pudimos comprobar muy bien, todo se dispara. Si ella desciende, sin embargo, todo continúa igual.

Bien lo sabemos los sufridos consumidores. Nosotros, que tenemos que seguir acudiendo a los supermercados porque no nos queda de otra, tenemos que lidiar con que aún no han dejado de ser aquellas casas del terror de las que tanto hablábamos antes del 16 de agosto pasado.

A estas alturas –y vuelvo a pecar de ilusa- pensé que ya estaría pagando menos por los comestibles. Pero no. El dólar cuesta de RD$28 a RD$29 pero yo gasto lo mismo en el supermercado. En algunos momentos, incluso, descubro con horror que hay artículos que han aumentado de precio.

No sé si es que mi ignorancia en materia económica es demasiado grande. Pese a ello, y tomando el riesgo de hacer el ridículo, creo que es tiempo de que los supermercados hayan rotado su inventario y, por tanto, hayan bajado los precios.

Aunque las evidencias son claras, los comerciantes se niegan a dejar de seguir ganando cada vez más. En este país siempre sucede lo mismo: aquello que subió nunca bajará. Por eso no es extraño que los sectores del turismo y las zonas francas pidan a gritos que suban el dólar. Sus ganancias, que han disminuido (ojo, no se habla de pérdidas) valen más que el bienestar de la población.

En nombre de los poderosos siempre tenemos que jodernos los demás. El bien común es una utopía en este país: a nadie le importa que haya una mayoría que esté tan jodida que le duelan los bolsillos. Espero que al menos, en algún momento, el presidente Fernández se acuerde de

nosotros y haga algo para controlar los precios.

m.capitan@hoy.com.do

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