Ayer 17

Ayer 17

Ayer 17 y Orlando detenido en esa imagen, con su rostro de 31 años. 17 y Orlando retozando en el recuerdo de aquellos que no somos los de entonces y queremos, a veces, ser los mismos. 17 Orlando y aquel lance malevo, aquella bravuconada sin desquite ni enmienda. Página en blanco, silencio y leyenda.
El arrojo perviviendo gracias al cariño y a la lealtad que ha vencido la tumba. Empero, la camaradería encanece y las anécdotas que avalan la calidad del amigo se pierden en los surcos nebulosos de la memoria que se desvanece. Prevalece la letanía de la cobardía, el intento para reivindicar las canalladas de otrora como lucidez. Esos colegas de Orlando Martínez Howley que desoyeron la confesión de la amenaza. Desdén producto del fanatismo cuando la discusión de las leyes agrarias enfrentaba pares y el conflicto entre los generales, tenía tenebrosas consecuencias. Orlando, distinto y distante de la mediocridad, manifestó su aprensión a sus colegas. Imposible, dijeron. La soberbia manda y permanece. Su afinidad con un sector del poder fue la perversa excusa para despreciar la denuncia, la confesión del Director Ejecutivo de la revista “Ahora”, autor de la columna “Microscopio”, publicada en El Nacional. ¿Por qué a él sí y a mí no? Disputa por el turno fúnebre porque demostraba quien le importaba más a los sicarios y a sus mandantes. Indiferencia o rivalidad en la desgracia que permitió el disparo fatal. El presentimiento, la asechanza, preocupó a otros para sorpresa de los indolentes. Orlando, aguerrido, independiente de dogmas, situado en el vórtice de las reyertas de ocasión, con la divulgación de conversaciones entre funcionarios, su desafío al presidente, provocó demasiado. Época del reinado de la Gulf, del generalato y latifundismo. Lejos de las poses que sostienen esa nombradía de pacotilla que reparte gloria y difunde valentía, aceptó un arma para su defensa. La oferta provino del temido Nivar Seijas a través del canciller de la República, Víctor Gómez Bergés, amigo y vecino de Orlando quien le advirtió que existía una trama contra su vida. Sin la comprensión del enfrentamiento entre los militares de la época resulta inverosímil la especie, sin el conocimiento de las diferencias entre el Partido Comunista Dominicano y el Partido de la Liberación Dominicana, es difícil entender el momento. El asesinato de Edmundo Martínez Howley nueve meses después del 17 de marzo de 1975, la conversación de los familiares con Nivar Seijas y con el presidente Balaguer, avalan percepciones. Ha pasado el tiempo. Muchos se cansaron, quizás el miedo o la tarea para hacer historia encima del cadáver. La entereza de la madre de Orlando y Edmundo, Adriana Howley Ogando, mantuvo la llama que fue apagándose. La sentencia condenatoria contra los asesinos adquirió autoridad de la cosa juzgada 32 años después. Y cada año, en marzo, hay una convocatoria implícita para repetir la elegía, la oda al fracaso y a la traición. Llamado para intuir un abrazo que venza la distancia y suponga el engarce con aquella juventud estremecida con el horror. Muchachada valiente, también asustada porque en la esquina estaba la bala, la ruta de la tortura, el camino hacia el exilio, el destino insondable de los desaparecidos.
Tanto perdimos esa noche azul que cuando algo quede no será el homenaje mendaz. Orlando estará en los poemas, en las canciones y en las flores que lanzadas al mar convirtieron pétalos en cardumen. Estará en la enésima evocación de Miguel Hernández para repetir con la misma emoción “un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado…” Quedará la nostalgia y la rabia por esa ausencia imprevista cuando estaban pendientes tantas emociones. Lo sabe Carlos Dore Cabral que todavía mira el mar confiado en un imposible retorno, Cuchi Elías y su aluvión de saxos, esperando para la audición compartida, José Israel, furibundo, acunando ternezas para el amigo ido y Soledad Álvarez repitiendo que no cabe en la Historia el dolor ni en el poema tanto heroísmo inútil.

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