Ayer los cines, hoy mi parque

Ayer los cines, hoy mi parque

DONALD GUERRERO MARTíNEZ
Debe ser por su sacralidad, por lo que el espíritu de la navidad predispone los ánimos para lo positivo o mejor. Aquella escena de la segunda guerra mundial, el prisionero que comenzó a cantar Noche de Paz y a poco toda la cárcel se convirtió en un coro, es conmovedora.

En estos días escribo de cosas ligeras, no necesariamente frívolas. En esa línea hablo hoy de mi parque, como ayer de los seis cines que hubo en San José de Ocoa.

El parque ocoeño siempre ha sido verde, y maña fuera, sabiéndose el clima imperante en aquel valle. Uno de los elementos de su verdor de ayer eran cuatro laureles grandotes, plantados en cada lado de sus calles. Años después fueron eliminados porque sus raíces levantaban las aceras. Decíase que en algunos casos llegaban hasta las casas de enfrente.

El laurel de la calle Duarte, frente a la desaparecida farmacia de Neno Lara, era el más «importante», pues sirvió de glorieta durante varios años a la banda de música municipal para tocar las inolvidables retretas dominicales.

Y qué inolvidable, de tan bueno, aquel ambiente, donde toda la gente que paseaba las retretas eran bien. Nunca había un borracho necio de los que abundan en lo que se conocía como las orillas del pueblo. El domingo se esperaba con ansias, en un pueblo donde, es fácil entenderlo, ha habido siempre pocas distracciones sanas para niños, adolescentes, y hasta la primera juventud. La retreta era el sitio ideal para ver a la enamorada, hablarle de cerca y a veces caminar junto a ella. Debió ser seguramente el lugar del anhelado sí y del primer beso, casi furtivo.

La retreta era, aparte de un baile en el club, la ocasión para los jóvenes vestir su «buque insignia», denominación del único, en algunos casos, y en otros del mejor flux que se tenía.

Tanta gente paseaba la retreta que los bancos a veces resultaban escasos. Aparte de la banda de música había otra «amenización». La aportaban los vendedores de maní o menta, y don Aristides, llegado de Puerto Plata a atender la farmacia de un médico que era su yerno. Se hizo famoso regalándole mentas a las muchachas, con una inversión de unos pocos centavos.

Muchos años antes de esos días, el parque era un jardín. No es aventurado afirmar que ya no los hay ni en los patios de casas de familias. Otrora, fueron parte de su entorno. Respecto del jardín que fue el parque, algunas familias fueron especie de «dueñas» de esta o aquella parcela. La cultivaban con esmero, pues cada una quería que la suya fuera «la más mejor.» Recuerdo que mi tía Estela me llevaba de tarde en tarde, cargándole la latica con el agua para mojar la tierra, y si quedaba, se mojaba la de al lado.

Las flores eran adornos en las casas, u objetos de regalo. ¡Quién imaginaba entonces vender una flor! Es más, era un gesto elegante de la doña que le regalaba una «pucha» a la visita en el momento de retirarse.

Pero -nunca falta ese bendito- hay algo que no lo entiendo, y que me enoja: la pérdida de los bancos que hubo, algunos de madera y hierro, desde su inauguración. No he podido confirmar que el parque se denominara alguna vez Triña Moya de Vásquez, esposa del presidente Horacio Vásquez.

Hasta los años 50 quedaban de los de madera y hierro por lo menos cinco. En una ocasión había uno en la casa de Tonino, ojalá que llevado allí para salvarlo. He visto de esos bancos, hace pocos meses, en un parquecito de Illinois, que tienen más de 100 años, y están ahí. De adorno, pero están. Los de granito de los primeros días de mi parque, con los nombres de las familias donantes, nadie sabe a dónde fueron a parar. Años después hubo más bancos de granito adquiridos con fondos del carnaval del Sur 1946, uno de los fastos de la Era que era. Nadie sabe nada de ellos. Puesto que el granito no es corroíble, ¿quién hizo, qué cosa, con los bancos? Será posible que se los tragara, sin atorarse, la corrupción municipal?

Ahora hay otros bancos, claro, no de granito, sino de cemento cubierto con granito. Tienen identificación, en algunos casos comercial, no sé si a título de provento municipal.

Hubo en mi pueblo otras cosas que se perdieron.

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