Ayer y mañana

Ayer y mañana

Dijo un poeta antillano al cierre del siglo XIX: “Con los pobres de la tierra,/ quiero yo mi suerte echar,/ el arrullo de la sierra,/ me complace más que el mar”. Ese mentor con alma caribeña, pensamiento universal y caminar latinoamericano se llama José Martí. Lo vine a conocer unos  sesenta años después de su deceso físico, a través de la lectura escolar que el maestro de educación primaria nos imponía con gran celo y una rígida disciplina.

De lunes a viernes, todos esos días sin fallar, rayando las ocho antes meridiano se podía escuchar nuestro coro infantil entonando: “Ya empezó su trabajo la escuela,/ y es preciso elevarte a lo azul,/relicario de viejos amores/ mientras reine la mágica luz…Flotarás con el alma de Duarte/ vivirás con el alma de Dios”. Esos niños que absorbíamos esa savia nueva que es el pan de la enseñanza seguíamos aprendiendo el sábado con el ejemplo que nos daba la comunidad a través de espontáneas acciones solidarias llamadas burricadas y juntas.

Cabe ahora ampliar para nuestros lectores urbanos el significado que para el campesinado dominicano tenían en los años cincuenta del pasado siglo XX  los términos mencionados.

La burricada consistía en una reunión social de trabajo colectivo para beneficio de una familia que no contaba con la mano de obra suficiente para la cosecha, recolección y almacenamiento de frutos tales como el maíz, maní, batata, yuca y otros rubros agrícolas. El huésped brindaba café o chocolate con batata, casabe o yuca. Las juntas se hacían bien tempranito y las tareas conjuntas eran diversas.

Unas veces la labor mancomunada tenía como propósito techar una casa, construirle el piso o reparar tablas y vigas. Otro encargo de las juntas era la tala de nuevos conucos, la siembra, desyerbe y poda. La verdad es que se vivía un ambiente de hermandad y ayuda mutua donde imperaba el principio de asistencia al prójimo. La mejora de los caminos vecinales también corría por cuenta de los lugareños. Los jóvenes y adultos masculinos laboraban con picos, palas, carretillas y rastrillos que entre todos conseguían reunir para mantener en condiciones transitables los senderos que diariamente pisaban. En los tiempos lluviosos se hacía necesario abrir zanjas para el drenaje de las aguas torrenciales que amenazaban con borrar los caminos creados por la gente de la loma y el llano.

“Yo nací en la cima de la loma/Yo nací a la orilla de la mar/ Me arrullaron las cándidas palomas/el cantar de un arroyuelo/ y las brisas de un palmar”.

Quién nadie mejor que el mago de la media voz puertoplateño, el inolvidable Juan Lockward  para hacernos soñar con  la magia de transformar el ayer en hoy y proyectarnos a un mañana amoroso, solidario, humanista. Imaginar una patria en la que caminemos con el pecho abierto, confiados y seguros dispuestos a saludar al extraño sin el temor de que nos asalte, robe o mate. John Lennon me diría que soy un soñador, pero también me agregaría que no soy el único. Imaginemos hoy un mejor mañana, propiedad de todos.

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