Ayuda de Dios, del tomate y de la hamaca

Ayuda de Dios, del tomate y de la hamaca

POR FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
La lengua que hablamos la construye el pueblo a medida que va viviendo su historia.  Las lenguas son registros escritos de las “vividuras” de los pueblos.  Cada idioma tiene dentro de si una historia particular.  La lengua es, ella misma, “ historia estratificada”; y con ella se escriben las narraciones de los hechos históricos; y se edifican las literaturas de quienes la hablan.  La lengua escrita procede de la lengua hablada, de los gritos, gestos, sufrimientos, trabajos, guerras y peripecias, del pueblo que la crea.

Pero la afinan, refinan y ensanchan -sentimental e intelectualmente- los escritores, novelistas, pensadores, poetas, en el curso de muchos siglos. La materia prima espontánea de la lengua comunal, la harina amasada por Mingo Revulgo, pasa después a la “repostería” mayor de los artistas, filósofos, poetas.  Ellos ponen la levadura que, lentamente, la convierte en un “instrumento de precisión”, en una lengua culta.

El señor Luis Bettónica escribió el prólogo al muy solicitado libro de Xavier Domingo titulado: Cuando sólo nos queda la comida.  A esa deliciosa “crónica gastronómica”, Bettónica añadió algunos pasos de la historia antigua de la cocina.  Refiere que Apicio, en la época del emperador romano Tiberio, redactó De re coquinaria, “en un latín depurado y terso”; pero en las copias y ampliaciones posteriores se incorporaron “vulgarismos”, fallas de pensamiento en las frases, imprecisiones de lenguaje, que Bettónica achaca a la corrupción del bajo latín.  Todas las lenguas romances surgieron del naufragio de la lengua latina. Lo mismo el toscano en que el Dante compuso su Divina comedia, matriz del italiano actual, que la lengua castellana, sustento de la literatura española y de la hispanoamericana.

La lengua española nació hace poco más de mil años en un monasterio de La Rioja. Un monjecito desconocido anotó unas palabras al borde de un texto latino, a manera de “vocabulario” para facilitar la traducción al romance. El primer texto formal en español – en realidad en dialecto navarro -aragonés- apareció sobre la copia de un sermón de San Agustín, en el monasterio de San Millán de la Cogolla.  El balbuceo inicial de nuestro idioma fue una oración, una plegaria: “con la ayuda de nuestro señor don Cristo, don salvador […] que tiene el mando con el Padre, con el Espíritu Santo, en los siglos de los siglos”.  Este escrito, con toda probabilidad del siglo X, fue publicado y estudiado por el celebre erudito Ramón Menéndez Pidal: “cono ayutorio de nuestro dueño dueño Christo, dueño salbatore” […].

Las guerras contra los moros, desde la batalla de Guadalete en el año 711, hasta la toma de Granada en 1492, están grabadas en la lengua española. Empieza entonces una larguisima convivencia entre mozárabes y mudéjares. Bebemos agua de los aljibes, comemos albóndigas y alcachofas, cerramos las puertas con aldabas, encendemos anafes para cocinar, contratamos  albañiles para reparar muros y calzadas. Todo ello a causa de la conquista de España por los árabes y a su dominación durante 777 años. Es sorprendente que el autor de la primera gramática castellana fuese un andaluz: Antonio de Nebrija. El humanista y teólogo Juan de Valdés se burla a las claras de Nebrija en su Dialogo de la lengua. Nebrija, ciertamente, no era castellano; no obstante, presentó en Salamanca su gramática a la reina Isabel la Católica en vísperas del descubrimiento del Nuevo Mundo.

La lengua latina se extendió en toda Europa por obra de las conquistas romanas.  Las extrañas raíces griegas y latinas de muchísimos vocablos, penetraron a la fuerza en las lenguas germánicas, como lo consigna resignado el filósofo Fichte en sus Discursos a la nación alemana.  La lengua española, tras el descubrimiento de América y la colonización del nuevo continente, cumplió una suerte de “segunda romanización derivada”.  Esta vez a lo largo de un territorio mucho más extenso que Europa.  Tomate y chocolate son palabras de la lengua náhuatl; huracán, macana, hamaca, son voces caribes injertadas para siempre en el cuerpo de la lengua española general.  Con la ayuda de Dios, de las albóndigas, del tomate y de la hamaca, es posible que nuestro idioma español continúe su fecunda marcha histórica, “enos sieculos de los sieculos”, como rezan los renglones piadosos con que comenzó a vivir y a circular entre bocas y plumas, corazones y cabezas.

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