DIÓMEDES MERCEDES
Cada día crece la certidumbre de que la humanidad es una, única e indivisible, y que por tanto, salvar las prerrogativas de un solo individuo de la especie, de cualquier cosa que las ataque, disminuya o degenere, es una contribución firme para preservar en los demás todos nuestros activos, considerando que toda vulnerabilidad o fuerza en cada miembro de la especie terminará siendo la de los demás en todo el orbe.
Si se trata de una población como la norteamericana, estamos ante un imperativo supremo.
La cuestión anterior incluye además reflexionar cómo tomar nuestra existencia, si como entes económicos para la explotación y el consumo, o si la economía es la necesaria base del desarrollo de la espiritualidad, que es lo humano reprimido en todas partes, salvo excepciones.
La rebelión política que promovemos contra la estructura capitalista, colonial y esclavista, es porque esta rebelión, además de servir a la justicia social, debe despertar lo humano en si, que lo es nuestro espíritu, liberándolo y estimulando su creatividad.
Reflexionando así, y no sin antes situar lo ético como base común de la insurgencia humana necesaria, debemos considerar el hecho positivo del surgimiento de una nueva visión paradigmática del mundo que vivimos. Es lo que se expresa en el atinado aporte a ese proceso del cineasta Paul Haggis, quien en el escenario del 64 evento del festival del cine de Venecia ha presentado su película «En el valle de Elah», en la que premonitoriamente pide al resto de la humanidad ayuda moral para asistir a la nación norteamericana en el colapso de su hegemonía imperial.
«Una guerra injusta acaba también con la vida de los supervivientes, destruyendo el equilibrio psicológico de una generación que se sume en la depresión, la violencia o el consumo de drogas… El cáncer no se detiene y hace metástasis en las familias que ven la destrucción moral de sus hijos» reporta la agencia internacional EFE.
Aún cuando los beneficiarios de las desgracias históricas de los pueblos son las potencias imperiales y sus aliados, quienes combatimos por la humanidad, como si fuéramos santos, con una carga de amor ciego, tenemos que prepararnos para ocuparnos del malestar de las poblaciones de estas potencias, al igual que de sus contaminaciones a los nuestros con sus locuras y el efecto de las descompensaciones que viviremos cuando la moral del mundo desarme las injusticias y sus maquinarias, y disuelva sus mitos y arrogancias. Esto muy especialmente en la América Latina.
Sin ser Bolívar ni Luther King, como ellos también tengo un sueño. Este consiste en la idea de vincular en las urbes metropolitanas del territorio norteamericano a la mayor parte de comunidades de inmigrantes hispanos, soldándolas con el pueblo llano norteamericano y otras etnias, para erigir otros Estados Unidos, como cabeza y corazón de un Continente más moral, más humano y socialista, capaz de saldar la deuda social e histórica del capitalismo mundial, con las naciones víctimas de su esclavitud y colonialismo, haciéndolo con fuerza y autoridad para cambiar para mejorar el mundo.
Luchamos ante el actual EE.UU. en defensa propia, pero si medios hubieran, la idea no sería derrotarlos militarmente sino conquistarlo con una cultura moral superior que deje su imperialismo como un fósil o cascarón vacío.
El festival del cine veneciano con «In the Valley of Elah (en el valle del Elah)» nos estimula a seguir soñando. Su SOS gigante nos obliga a contribuir con ellos y con nosotros por el imperativo humano neo-civilizatorio y de paz.