Ayudemos al campo

Ayudemos  al campo

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Durante mucho tiempo hemos meditado sobre la suerte del hombre dominicano sometido a fuertes y tremendas tensiones, que no le han permitido alcanzar sus sueños de largos siglos y sigue atormentado por anhelos, que quien sabe ni siquiera entiende y que sabe que ignotas razones le hacen incapaz de sosegar su inquietud y esa situación lo arrastra a una existencia llena de miseria y soledad, podría decirse, la razón le señala a un camino a seguir pero la emoción otra. Quiere muchas cosas pero no puede conseguir nada o muy poco. Este hombre acabado por el castigo de siglos de espera de una vida mejor, experimenta sensaciones que desalientan su alma y su espíritu y siente ansiedad y depresión y sin embargo no posee los medios para ahuyentar esas presiones, que como fantasmas lo acorralan generación tras generación. Se podría con mucha propiedad decir que su mente es cual una prisión en la cual se encuentra atrapada y sin salida visible a la solución de sus problemas, desea salir de esa inmensa prisión, pero no sabe cómo podrá evadirla. Parece como si la historia lanzara a este pobre y frustrado hombre, desafíos para que se revele acosado como está contra todas las injusticias, las enfermedades, su pobreza, su desamparo y su desaliento y una pregunta surge en la mente de este desesperado de la vida ¿Qué hacer para que cambie mi situación? ¿Qué hacer para que mis emociones largamente reprimidas no dominen mi mente atribulada? ¿Qué hacer para que reine la paz en mi conciencia y en mi hogar castigado y acabado?

Este despertar del simple hombre dominicano, como el de todos los hombres de nuestra América subdesarrollada y sobre todo el del campo, tiene raíces de inconformidad, que es preciso cortar de un solo tajo, buscarle soluciones sinceras, prácticas y adecuadas a sus problemas y a la situación económica del país.

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