Babel

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COSETTE ALVAREZ
Parecería que el único cuerdo que queda en nuestra vida pública es el senador José Tomás Pérez, si no fuera porque tiene su propio proyecto. A muchos de nosotros nos importa un comino el costo político que la construcción del metro pueda tener en el PLD. Eso sería agradable. Lo que no entendemos es cómo aparecen tantos millones de dólares ni cómo los poderes del Estado, los seis, disponen de tanto tiempo para esas luminosas ideas, y en cuarenta años no ha aparecido tiempo ni dinero para resolver el problema de la luz.

No llegan a ciento veinte las ciudades del mundo que cuentan con ese servicio de transporte y nosotros no estamos ni remotamente cerca del lugar de las más modernas como para darnos el más innecesario de los lujos, por demás, con criterios bastante discutibles. Por ejemplo, en ninguna parte del mundo el pasaje en transporte subterráneo cuesta menos de un dólar o un euro. No sé cómo el nuestro se podrá mantener a razón de cinco pesos por usuario.

No tiene mucho sentido que el metro se desplace en línea recta por debajo de una sola calle, mucho menos cuando esa calle, la avenida Máximo Gómez, es precisamente la mejor servida en términos de transporte público, que encima quedará traumatizada durante los años que dure la construcción de ese proyecto tan terco, tal como se traumatizó la vida en la 27 de febrero mientras se construían los túneles y elevados, todavía sin suficientes respiraderos ni desagües. La gracia del metro sería no pasar por esas vías.

Hay personas, dentro de la opinión pública, que ven como ventaja del metro la posibilidad de que los desperdicios que generen las excavaciones sirvan para construir la isla frente al malecón, otro proyecto tan inútil y extemporáneo como el metro, en un país que no garantiza el servicio eléctrico a sus ciudadanos ni parece tener intenciones de dedicarse a eso. Que, por cierto, la propiedad intelectual del islote no es de los que se la están atribuyendo, sino de un ciudadano alemán que tiene una litis con uno de los supuestos autores.

También hay soluciones para la congestión del tránsito, para la movilización de los pasajeros, pero ninguna deja dinero. Sólo trabajo arduo, serio. Así, no da gusto, ¿verdad? Debe ser por eso que a nadie se le ocurre dirigir su gestión hacia el campo, de manera que se detenga el éxodo, de evitar que la mitad de los dominicanos sienta la necesidad de vivir en la capital, y la otra mitad quiera irse en yola.

Pero aquí los ciudadanos no existimos. Nos están volviendo locos con tanta información cruzada. El 40% de los habitantes de la capital está afectado de un virus y no hay una posición oficial al respecto. Todo lo que sabemos en relación a la salud es que los médicos se mantienen en pie de lucha, entre huelgas y marchas a la Fundación Global, donde suponen encontrarían al presidente, partiendo de que está despachando desde allí mientras remodelan el Palacio.

Ahí están todos los problemas de siempre sin resolver y sin parecer estar en vías de solución. Nos están agregando más, muchos más. Y, nosotros, de lo más embullados con los bochinches de los partidos. Mucho me extraña que no haya empezado la campaña electoral del año que viene.

El PLD por su lado, con sus propias contradicciones, indicando claramente que no hay un plan trazado, ni coordinado que no sea el de construir ese metro a cualquier precio. El PRSC dividido y por fundirse con el PLD para polarizar el partidismo tipo demócratas y republicanos. Y el PRD, como locos, disputándose los puestos de dirección de un partido que lo que menos necesita en estos momentos es ejecutivos, cuando le está haciendo tanta falta una revisión profunda, empezando por el mismo día de su fundación y sin saltar un solo instante de su trayectoria, pasando luego a un reconocimiento público de sus errores y a una decisión firme de tomarse la vida en serio, asumir su responsabilidad con los millones de votantes que han sabido movilizar y dar muestras sólidas de un propósito más consonante con su papel en la sociedad.

Si yo fuera perredeísta, no apoyaría a ningún ex funcionario de ninguno de sus tres gobiernos para los puestos de dirección. Ni siquiera al que lo hizo menos mal, vaya usted a saber quién fue. El rescate de la credibilidad es muy difícil y, entre otras, requiere de caras nuevas, sangre fresca, para que siquiera los mosquitos les piquen. O, ¿será que por razones personales – tantas razones como personas – dejarán que ese partido termine de hundirse? Del mismo modo en que los más grandes crímenes de la iglesia se han cometido en el nombre de Dios, son demasiados los disparates que ha hecho el PRD en nombre de Peña Gómez y luego, de su memoria.

Estamos intoxicados de todo lo que nos perjudica o, en el menor de los casos, no debería ser objeto de nuestra atención. No sé cuándo dejaremos de bailar esa música que nos tienen puesta hace tantos años y nos daremos a respetar como dueños que somos de este país, la República Dominicana, que no es Nueva York, ni Chile, ni Montecarlo. 

Les conté hace poco de uno de nuestros embajadores. El tipo, en vez de caerse muerto de vergüenza, y muy lejos de verse, por ejemplo, llamado a capítulo por la misma comisión del Senado que lo ratificó, se procuró ¡y encontró! quien lo hiciera aparecer por otro medio como el paladín de la diplomacia dominicana.

No podemos esperar mucho de una comisión que no ha tenido tapujos en reconocer que aspira a que el sustituto de ese portento se arrodille, se arrepienta de los pensamientos expresados, para obtener su ratificación. Total, esa comisión es parte de un Senado que aprobó por unanimidad la expulsión masiva de los haitianos «ilegales», sin calcular que eso no está dentro de sus atribuciones, ni tomar en cuenta los «ilegales» de todas partes del mundo que viven aquí, no precisamente por la condición de pobreza e inestabilidad política de sus países de origen. El mismo Senado que ha aprobado tantas y tantas cosas, que no sorprenderá a nadie cuando apruebe el préstamo para construir el metro.

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