Bachelet, Uribe y Lula

Bachelet, Uribe y Lula

En América Latina abundan los problemas sociales, económicos y políticos, y ningún gobierno es perfecto, o se acerca a la perfección. Pero entre problema y problema, hay algunas conquistas que deben reconocerse y celebrarse.

Michelle Bachelet, Álvaro Uribe y Luiz Inácio Lula da Silva, a pesar de sus imperfecciones, de sus diferencias ideológicas y de estilo de gobierno, merecen reconocimiento por su decisión (a las buenas o a regañadientes) de no postularse nuevamente, ante el impedimento constitucional en sus respectivos países.

Como he planteado en múltiples ocasiones, no hay sistema de reelección perfecto; cada uno tiene ventajas y desventajas: si se permite o no la reelección, si es consecutiva o no, si es por un período o más. Razones hay para argumentar beneficios o perjuicios de cada formato.

Dos cosas, sin embargo, son claras para América Latina. La tentación de cambiar las constituciones ha llevado a experimentar con diversos modelos de reelección, que cambian casi siempre para satisfacer las aspiraciones de algún presidente de turno. La otra es que muchos presidentes aspiran a quedarse en el poder, a las buenas o a las malas; a veces con éxito y otras con fracaso.

Bachelet, Uribe y Lula han gozado de un alto nivel de popularidad, y han llegado al final de sus mandatos con altísima aprobación que sobrepasa el 70%. Sin embargo, ninguno permitió que su popularidad, o deseo de continuar en la presidencia, obstruyera el proceso de alternancia presidencial en sus países.

Bachelet fue electa con una Constitución que no permite la reelección consecutiva. Se ajustó y no intentó cambiarla. A pesar de su popularidad, la Concertación Democrática perdió las elecciones de 2009 con Eduardo Frei de candidato, un ex presidente que aspiraba a la reelección. Esto quiere decir que la mayoría de los chilenos, aunque quería a Bachelet, votó por un cambio presidencial. La Concertación estaba dividida y Frei no generaba suficiente ilusión para acumular los votos de victoria.

Uribe llegó al poder en el 2002 con una Constitución que no le permitía reelegirse. Quiso postularse nuevamente en el 2006 y promovió una reforma constitucional. Así volvió a la presidencia. Quiso postularse otra vez en el 2010, el Congreso le abrió la puerta para realizar un referendo, pero la Corte Constitucional dijo que no. Uribe acató el veredicto judicial y los colombianos se decantaron por Juan Manuel Santos, el candidato oficialista.

Lula llegó al poder con una Constitución que permitía una reelección, y la utilizó para reelegirse. En dos períodos de gobierno su popularidad se ha mantenido alta a pesar de los conflictos dentro de su partido y las denuncias de corrupción en su entorno presidencial. Con tanta popularidad, Lula pudo haber intentado un cambio constitucional, y no lo hizo. Escogió a Dilma Rousseff de candidata sustituta, a quien apoya de cuerpo y alma, a veces hasta la imprudencia que le ha generado regaños del órgano electoral. Dos períodos de Fernando Henrique Cardoso y dos de Lula han puesto a Brasil camino al desarrollo.

No es fácil para muchos presidentes dejar el poder. Tampoco es fácil para la ciudadanía valorar si es mejor quedarse con un malo conocido que un bueno por conocer. Pero incluso si los nuevos presidentes gobiernan peor que sus antecesores, el riesgo del cambio vale la pena y es esencial para consolidar el sistema democrático.

La democracia permite a los buenos presidentes salir con gloria, y que los malos no se queden mucho tiempo. Por eso la alternancia es tan necesaria.

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