Bahía de las Aguilas

Bahía de las Aguilas

LUIS SCHEKER ORTIZ
Las aguilas, símbolo imperial, moran en las grandes alturas. En los más elevados picos de las montañas. Cuándo se ha visto, por fortuna, a estas aves celestiales anidar en bahías caribeñas? Pero este es un país muy especial. País inverosímil, como le llamara el poeta Mir.

En Pedernales, región fronteriza, árido y seco, en torno a su litoral de ríspidos farallones, se levanta majestuosa la Bahía de las Aguilas. Inmensa, espléndida, envidiable. De aguas azules profundas que de tanto andar se deshacen en suaves oleadas que vienen a descansar en una playa paradisíaca, que se pierde en la distancia. Esta, tapizada de arena tan blanca cual alfombra de armiño, se extiende y logra el milagro de convertir, en un abrazo, el azul intenso del mar en verde esmeralda. Protegida por montañas altivas que suavizan sus vientos y tornan su olas en un dulce remanso de paz, Bahía de las Aguilas es todo un espectáculo; un soberbio balneario donde acuden bañistas y visitantes que recorren cientos de kilómetros atraídos por su belleza expléndida que seduce el espíritu audaz y aventurero.

Porque es una aventura llegar a Bahía de las Aguilas, la deseada.

Germen de fieras disputas, presa de gente codiciosa y temeraria, de litigios atrevidos, y decisiones judiciales insólitas e insolentes, Bahía de las Aguilas es amenazada.

Nidal de aves migratorias y de avecillas cantoras, multicolores y autóctonas, como las iguanas que se esconden temerosas tras los arenales, y los rojos corales que florecen bordeando las costas, eje central de un ecosistema vital, temerosos de su destrucción, Bahía de las Aguilas, es víctima de voraz apetito del hombre desaprensivo que exhibe el horrible diente del progreso que como diría el Poeta «nos desgarra el alma».

Por los aires, las garzas en vuelo rítmico cruzan en bandadas presurosas, matizando con su blanco celaje el azul de un cielo límpido, sin una nube que perturbe lo bruñido por el sol embellecido por unos atardeceres multicolor que hacen palidecer las seda brillantes del pincel de Zurbarán.

Se llega con dificultad a Bahía de las Aguilas, no por la distancia, acortada por pavimentadas carreteras y ligerada de tránsito, sino por un escabroso acceso que como valladar impenetrable desafia la potencia de jeepetas bien atrincheradas en su four weal (4X4) y de los saltamontes conducidos por jóvenes intrépidos ricamente ataviados que veloces cruzan y disfrutan el riesgo de descalabrarse por el empinado y peligroso sendero.

Son pocos metros los que separan el paraíso visual que se vislumbra desde lo alto del promontorio y que señala el estrecho camino de llegada que las autoridades renuentes, quizas en espera de la privatización, no quieren apisonar o condicionar con un poco de asfalto.

Tendidas allá abajo, las pequeñas tiendas de campañas se ubican a lo largo de la playa, donde se refugian del candente sol los pocos afortunados bañistas que lograron hacer la travesía para recrearse y disfrutar tranquilos de un baño de mar y del sortilegio de su belleza inconmensurable.

Bahía de las Aguilas, apetecible bahía de aguas placenteras y codiciadas, área protegida por científicos y amantes del planeta azul, se siente gravemente amenazada con la mutilación del parque Jaragua.

Es preciso preservarla.

Puede llegar a ella, recorrer sus costas, explorar sus contornos, bañarme en su playa y en los frescos manantiales y visitar sus cuevas abiertas, tristemente habitadas, y obviando esa fealdad, extasiarme con su belleza total y ver realizado un sueño de Semana Santa donde no faltó la grata compañía de un generoso grupo familiar, ávido también de aventuras y de conocer el tesoro que la madre naturaleza guarda celosamente para sus hijos auténticos.

Los que conocen de punta a punta su país y están dispuestos a protegerlo y aquellos que quieren conocerlo para amarlo intensamente, y no permitir que intereses foráneos o nacionales, mezquinos por igual, depredadores y aventureros, esclavos de su loca ambición de oro, se apropien de él o se lo roben sin parar mientes en la tragedia que se cierne sobre nuestro futuro con la destrucción indiscriminada del parque, o la venta al mejor postor de Bahía de las Aguilas, la apetecible, a la que aspiran explotar de manera egoísta y premeditada, los usurpadores de siempre.

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