Bailando pegao

Bailando pegao

LEO BEATO
Cuando uno escribe no  necesita explicarse. Es como cuando uno respira profundo o cuando se vive a cabalidad. La vida misma es la explicación. “Explícame tu cuento “El hombre no tenía cabeza” publicado en Hoy el 4 de septiembre, aniversario del ciclón San Zenón que diezmó a Santo Domingo de Guzmán presagiando la hecatombe de los 31 años de Rafael Trujillo Molina”,  me escribe un lector amigo. 

He decidido contestarle arriesgándome a caer en el error táctico de “crear sobre lo creado” o  “llover sobre mojado”. Ya lo dijo el nefasto Poncio Pilatos “Quod scriptum scriptum est” (lo que está escrito escrito está). De lo contrario se termina escribiendo otra cosa totalmente distinta como muchos críticos que terminan haciendo poesía sobre la poesía. Mi cuento “El Hombre no tenía cabeza” es un cuento emblemático que simboliza a los gobiernos dominicanos frente al problema de Haití. El ritmo de “do pasitos pa la iquiedda  y  pa la derecha do ma” (conga cubana) es un recurso onomatopéyico que denota la ambigüedad de la mayoría de nuestros gobiernos coqueteando a destiempo con la izquierda para después vender su alma al diablo del capitalismo rancio erróneamente llamado hoy día globalización. El Sargento Torcuato, que existió en la realidad, fue un hombre totalmente convencido de que tranquilidad viene de tranca. Fue un descerebrado que terminó decapitado debido a su brutal ignorancia de troglodita consumado. Se ejecutó a si mismo mientras que Ogee-pie, el hechicero haitiano, personifica a un pueblo que con la paciencia de Job ha ido invadiendo al nuestro desde el principio por las buenas y por las malas, por estrategia calculada y  por supervivencia obligada. El convencimiento de  su padre de la patria, Toussaint Louverture, de que la Isla es “Una” e “Indivisible” vive incrustado en sus mismas raíces. De ahí que por necesidad y espacio geográfico el pueblo dominicano junto al pueblo haitiano ha tenido que vivir (bailar) siempre pegao, envuelto en una especie de ga-gá interminable a pesar de su aparente superioridad  económica y social.  “Un mismo origen y dos destinos”, comenta el Dr. Euclídes Gutiérrez Félix en su celebrada obra “Haití y la República Dominicana”. En la página 41 de la obra citada aparece una fotografía de los dos dictadores de turno, el sicópata haitiano Francois Duvalier y el megalómano dominicano Rafael Leonidas Trujillo Molina. Esa foto sintetiza de manera magistral la historia de ambos pueblos en un momento determinado de su historia patria. El dictador dominicano con aire de superioridad aparece erecto y pragmático, seguro de si mismo e impecablemente vestido, convencido de la necesidad de negociar en beneficio de ambos países. El dictador haitiano aparece con cierto aire de humildad, falsamente inclinado hacia su colega y tratando de adivinar lo que el traductor está  tratando de transmitirle, truculento e impenetrable como el Ogge-pie de mi cuento. Detrás de él se divisa la figura de un oficial que muy bien pudo haber sido la de Johnny Abbes García, a la sazón Jefe del SIM (Servicio de Inteligencia Militar) responsable del martirio infernal al que fue sometido nuestro pueblo en aquella época. Abbes García conoció a Duvalier en la ocasión en que se tomó la fotografía  de marras y años después se puso a su servicio formando parte del complot que trató luego de asesinarlo en Puerto Príncipe. Esta traición hizo que terminara como el Sargento Torcuato de mi cuento.

Trujillo y Duvalier, como todos los gobernantes antes y después de ellos, no tuvieron más remedio que dialogar (bailar pegao) a pesar de que subconscientemente no se toleraban el uno al otro. Mientras el dictador dominicano se inclina  hacia el lado contrario (denotando rechazo) el dictador haitiano mas bien manifiesta un deseo aparente de descifrar  lo que el otro le está tratando de transmitir. El espacio entre ambos es amplio y no se aprecia ninguna señal de afecto o de admiración del uno hacia el otro. La actitud del “Jefe” es como la de Dios ante la Culebra en el Génesis. Sin embargo, ambos dictadores entienden que no hay mas remedio que colaborar juntos como solución a la encrucijada común de ambos pueblos. En eso no se perdió ninguno de los dos a pesar de que para muchos críticos estos dos personajes fueron engendros directos del Infierno. Del mismo infierno que se ha apoderado de los dos pueblos a través de su larga historia de sufrimientos y de injusticia. En ese sentido no se equivocaron ni el uno ni el otro haciendo honor al viejo proverbio bíblico de que “no hay mal que por bien no venga”. Ese es el tema central de mi cuento. Bailar pegao per secula seculorum pero bajo la mediación directa de los que originalmente causaron el problema: España, Francia y los Estados Unidos de América con Canadá  como miembro activo de la banda que ahora pretende imponerle una vez más a ambos pueblos un futuro forzado y artificial  reflejando la problemática que hoy  afecta a sus respectivos pueblos. A través de organismos como las Naciones Unidas y la OEA (Organización de Estados Americanos). Son ellos los que tienen que resolver el problema. Ahí no hay tu tía.

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