Bajo el Yuna

Bajo el Yuna

La enormidad de la tragedia de Jimaní hizo que pasásemos por alto una no menos dolorosa, la que ha afectado toda la zona denominada «del bajo Yuna».

El número de ahogados es inmensamente inferior, pues únicamente tres personas fallecieron a causa de las inundaciones de este río. Pero los daños materiales ocasionados son enormes y tendrán sus repercusiones sobre la economía dominicana por lo que resta del año. Porque en la zona baja del Yuna quedaron sepultados arrozales y otras plantaciones que surten el mercado de consumo de buena parte del país.

A diferencia de la zona de Jimaní, la que es abarcada por el Yuna se distingue por una mayor precipitación pluvial. El suelo, además, está constituido por tierras aluvionales en grandes sectores, sujetos a estas inundaciones en épocas de lluvias. Al menos un 50% de las tierras comprendidas por el Cibao oriental, la subregión que abarca la cuenca de este río, es excelente para la agricultura. Pero tiene diversos tipos de suelo, unos ubérrimos y otros menos fértiles, conforme la clasificación sobre capacidad de la tierra que hicieran técnicos de la Organización de Estados Americanos (OEA).

En algunas de estas tierras, en las jurisdicciones municipales de las Provincias Sánchez Ramírez, Duarte y María Trinidad Sánchez, se siembran arroz y plátanos. Son los cultivos a los que se aferran nuestros agricultores en esa parte del país. Pero hay también otros cultivos permanentes, algunos de ellos fomentados a fines del siglo XIX, principalmente café y cacao. Estos han hallado enemigos cien años después de fomentados, que vienen tumbándolos desde tres decenios atrás.

Conforme se lee en El Montero, de Pedro Francisco Bonó, las tierras de poco drenaje natural, situadas más al nordeste, constituían extensas ciénegas en el siglo XIX. De ello se aprovechó Rafael L. Trujillo cuando convirtió las áreas de El Helechal, El Pozo, El Aguacate y otras, en predios arroceros. Su producción superó hacia fines del decenio de 1950, la propia de la zona central del noroeste, que había sido tradicionalmente arrocera. Trujillo no cegó las ciénegas, sino que recondujo las aguas fluentes, para aprovecharlas para los fines señalados.

Pero el Yuna ha sido peligroso a lo largo de los siglos. El Presidente Joaquín Balaguer mostraba continuas preocupaciones en relación con los habitats humanos del bajo Yuna. Como puede decirlo el general Antonio Imbert Barrera, cuando dispuso la construcción de la presa de Hatillo, Balaguer soñaba con un sistema regulador que abarcase dos o tres presas y tres diques. A nosotros nos habló de ello muchas veces, y en sus viajes al Cibao, pedía con frecuencia a los pilotos de helicópteros que lo trajesen por el paso del Güaragüao para visualizar el área y elegir lugares para estas obras civiles.

El sistema era similar al que erigió en la cuenca del Nizao en la zona sur central del país, que comprende tres presas (Jigüey, Aguacate y Valdesia) y un dique regulador, Las Marías. Pero sobre este hablaba como un sistema destinado a procurar aguas para consumo humano, generación eléctrica y riego agrícola. El del Yuna, decía, era imprescindible para salvar vidas, prevenir inundaciones en poblados a lo largo del recorrido del río, y para la producción.

He preguntado a varios amigos sobre el arroz de la cosecha de primavera, cuyas espigas maduraban cuando los fuertes aguaceros de mayo nos sobrecogieron. A quienes he consultado, no cesan de mostrar su alarma.

Cuando la semana pasada las aguas comenzaron a secar por el lento drenaje natural y la evaporación, las marchitas espigas eran irreconocibles. Hay quienes se aventuran y prueban a secar aquello que han logrado recuperar.

Pero es un esfuerzo vano, atisbo de esa esperanza que se mezcla con el desconsuelo, y que ha permitido al ser humano no arredrarse ante las grandes desgracias. En realidad, la producción luce perdida.

No sabemos si algún otro gobernante dominicano tendrá los mismos sueños. Y sobre todo, no sabemos si podrá usar pantalones como para que obras de la magnitud de las imaginadas se realicen con recursos propios, como el sistema de la cuenca del Nizao. Pero así como debemos imponernos la recuperación para una naturaleza más rica del tórrido suroeste y del gimiente Jimaní, así debemos procurar que estas olvidadas ideas de Balaguer puedan llevarse

adelante en el bajo Yuna. Para que al paso de ciclones y otras tormentas, no queden esas regiones bajo el Yuna. Como aconteció en mayo pasado.

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