Nada más sabio que ser sincero contigo mismo y coherente con tus convicciones
Una de las cosas que más agradezco a Dios es el que me permitiera entrar a sus caminos antes de casarme, porque solo con esa riqueza en tu corazón es que se puede llegar a asumir que el amor es una decisión, y que el elegir amar a alguien con todo tu corazón requiere sacrificio y madurez, porque solo así puede perdurar en un matrimonio.
Sin embargo, aún existen personas, tan real hoy en día como lo era antes y se callaba, que se mezclan con el cambio de paradigma de libertad y de renuncia al proyecto de pareja que hoy se suelta con tanta facilidad. Sin intentar pelearla juntos al menos, dándose lugar al diálogo, a la terapia de pareja tal vez, a un tiempo para ver si se puede reconstruir el pasado.
Recientemente vi una de esas reflexiones en las redes que te llegan… y lo asocié a este tema, porque real y efectivamente: “El matrimonio es difícil, el divorcio es difícil. Elige tu dificultad…. Crecer como persona es difícil, vivir estancado es difícil.
Elige tu dificultad…. Porque la vida nunca será sencilla. Siempre habrá aspectos difíciles que enfrentar, pero cuando elijas tus dificultades elígelas sabiamente”.
Y nada más sabio, que ser sincero contigo mismo y coherente con tus convicciones. Separarse y quedarse a vivir en la misma casa con el otro a quien se supone que decidiste amar hasta el fin de tus días, es una pérdida en muchos sentidos, porque la separación y el divorcio debieran ser los procesos por los cuales una pareja disuelve su relación y comienza una nueva etapa.
Y tomando en cuenta que la separación es dolorosa en sí misma, es un fracaso emocional y sentimental y que necesitamos aire fresco, una renovación en muchos aspectos, desde el espiritual, al físico y al sexual; la realidad es que cada uno de los miembros debería vivir su duelo y despertar a nuevas vivencias y sensaciones, nuevos proyectos y nuevas personas con las que vincularse a su manera y en su tiempo.
Por lo que vivir en ese limbo emocional de “juntos, pero no revueltos” es una situación desaconsejable.
No se es pareja pero no se disuelve el vínculo, por lo cual, ninguno de los exesposos puede continuar con su vida de forma plena y completa. En estos casos no se genera el espacio para que los integrantes de la pareja puedan acostumbrarse a que ya no existe más el vínculo.
En estos escenarios, la decisión no está clara, no es sencilla de entender y a menudo se recurre a un profesional para valorar no solo su viabilidad, sino también los compromisos y riesgos emocionales que entraña, porque mantener la convivencia aun cuando el vínculo afectivo se ha roto es algo que vemos de manera habitual pero que resulta poco funcional.
Algo neurálgico aquí, que todos debemos tener en cuenta es que fingir un matrimonio feliz no es una buena idea en ningún caso, pero lo es aún menos cuando hay hijos en casa. Los niños y adolescentes son muy permeables, entienden y perciben todo lo que sucede en el ámbito del hogar.
Si sus padres no se llevan bien, pero pretenden ser una pareja bien fortalecida fuera de casa, los hijos están aprendiendo a mentir y disimular directamente de sus padres, una lección que nadie querría impartir de forma voluntaria.
También aprenden los hijos que el desamor es normal y esperable, que no hay pasión en el matrimonio y, en fin, que nunca querrían repetir una relación como la que sus padres tienen.
Se supone que, si sopesas la dificultad de un matrimonio versus la de un divorcio, según la famosa frase, la unión hace la fuerza.
Pero si no hay vuelta atrás, y tu nueva decisión es disolver tu matrimonio, es necesario entender que una separación no tendría que ser traumática para los hijos, si se sabe manejar correctamente, porque lo que les hace daño no es la separación, sino cómo se hace.
*LA AUTORA ES Psicóloga Clínica