Balaceras espantan a la gente de Capotillo

Balaceras espantan a la gente de Capotillo

POR MARIEN A. CAPITAN

«Yo soy una señora mayor, ya yo tengo 70 años y no quiero vivir así», dijo doña Juana María Piña para asegurar que ya no puede vivir en Capotillo: los sobresaltos y las angustias son tan constantes que ella sólo añora un poco de tranquilidad.

Es por eso que doña Juana espera con ansias que alguien le compre su casa: ya no quiere vivir en el lugar en el que su bisnieto Gabriel Piña, de un año y medio, fue herido de dos balazos en la pierna derecha.

Aunque el niño está perfectamente bien, doña Juana aún se sobrecoge al recordar lo que sucedió hace cinco meses cuando el pequeño estaba frente a la galería de su casa, ubicada en la calle Isabela número 36.

«Por suerte los tiros no le dieron en el hueso, que si le dan en el hueso le desboronan la piernita. La mamá estaba ahí afuera, parada con él, ¿sabe?; hasta a un muchacho que estaba ahí le ‘dien’ un tiro por la espalda y le ‘sacán’ la bala por aquí», manifestó señalando su estómago.

Estas escenas han provocado que doña Juana viva con miedo. «A mi me ha dao miedo de estar aquí; se arman muchos tiros a veces. Eso es lo que me tiene a mí má así; que quiero salí de aquí a vé si toy mejor en otro sitio donde yo pueda vivir má tranquila. Yo soy una señora mayor, ya yo tengo 70 años, y no quiera vivir así».

Tras apuntar que cuando llegó al barrio el lugar era tranquilo, doña Juana sostuvo que «eso se ha puesto así ahora». «Mire, ahora están matando por donde quiera», concluyó al tiempo de manifestar que vive con dos nietos, un ex yerno y un hijo. Respecto a Gabriel, indicó que vive en Cristo Rey con sus padres quienes de vez en cuando lo llevan a Capotillo.

TRES AÑOS DESPUÉS: LAGRIMAS PARA UN HIJO

Al hijo de Idalia Mejía le dieron cinco balazos el día que murió: tenía 18 años y se llamaba Roberto Mejía. ¿Qué paso? Recibió los disparos cuando se disponía a ir a su casa a colarle un café a doña Idalia, quien estaba atendiendo el colmado que aún posee.

Tras apuntar que su hijo fue herido en medio de una balacera que surgió de repente, doña Idalia explica que Roberto acababa de terminar el colegio y pronto entraría a la universidad. Ella dice, además, que era un chico tranquilo, mecánico de oficio y que no bebía. ¿Su pecado? Vivir en una de las peores esquinas de Capotillo: la de la intersección de las calles Los Humildes y La Isabela.

«Fue hace tres años que lo mataron. No lo quiero ni recordar. El era testigo de los mormones y trabajaba en el colmado», comienza a decir su madre cuando las lágrimas le impiden continuar hablando.

Llorando, como si lo hubiese perdido ayer, doña Idalia se queja de que su colmado está destruido a causa de las balas que constantemente disparan por el lugar. Con más amargura aún, sin embargo, se queja de que nadie se atreve a vivir en el sector. Tampoco, agrega, a llegar hasta su negocio para comprarle.

«La gente se ha tenido que ir, ha abandonado su casa porque ellos le matan a todos. En esa misma esquina le dieron a ese muchacho, mataron a un niño¼ Uno no vende nada aquí porque ellos no dejan que nadie venga aquí; matan a todo el mundo tirándole tiros».

Aunque se desespera, y clama a los cuatro vientos que su hijo fue asesinado, doña Idalia sabe que eso puede salirle: ya la han amenazado si sigue hablando de ello. Pese a ello, esta mujer se queja y deja muy claro que no se marchará del lugar: después de perder a su hijo no le queda ningún aliciente para irse. Ni siquiera las dos casas que tiene vacías, a falta de inquilinos, hacen que cambie de opinión.

«Las casas están cerradas porque todo el mundo se ha ido. Yo estoy solita aquí. Mis dos casas están vacías, nadie las quiere alquilar. Aquí están todas vacías, en esa manzana nada más vive una sola gente y en la otra también. Todo el mundo se me ha ido, toda la familia. Yo soy la que no me quiero ir porque yo digo: ya yo perdí mi hijo, ¿pá dónde voy?».

Angustiada y sola, a doña Idalia sólo le queda desahogarse con quienes pasan por aquí. No son muchos, la verdad, pues tanto Los Humildes como la Isabela son calles peligrosas. Las casas vacías, y el silencio que se apodera de algunas esquinas, son la más triste evidencia.

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