Balaguer ante Bernardo Pichardo

Balaguer ante Bernardo Pichardo

REYNALDO R. ESPINAL
Si bien es cierto que el Dr. Joaquín Balaguer constituye, sin lugar a dudas, nuestro más encumbrado mito, no lo es menos que en su quehacer intelectual y en todo su vasto periplo existencial él mismo fue un perenne sustentador de mitos. Conocedor del trasfondo supersticioso de nuestra Psique colectiva hizo creer a las masas en su omnisciencia, nos acostumbró a juzgar sus palabras como las de un oráculo délfico, a considerar invulnerable su frágil compostura y a teñir de misterio y incógnita sus encierros y sus silencios.

Fue, sin embargo, en su quehacer de escritor donde se hizo manifiesta con más acentuada vehemencia esta característica, tal vez aleccionado por el parecer del tirano Ulises Heureaux conforme al cual en nuestro País «…no debía moverse demasiado el altar para que no se cayeran los santos…»

Prodigó encendidos elogios, faltando a la verdad, al afirmar, por ejemplo, de Gregorio Luperón que «…termina, ya en la madurez de sus días, redactando proclamas y esculpiendo en estilo de arenga páginas llenas de profunda emotividad…», cuando el estudio de los documentos históricos de este egrerio personaje no permiten lugar a dudas en torno a su pobre caligrafía, lo que en modo alguno ha de ser motivo que empañe su gloria augusta.

Llama la atención, por tanto, cuando este profundo estudioso de nuestras glorias y nuestras flaquezas patrias, sobreponiéndose a lo que a veces podría parecer desmesura verbal, enjuicia con criticidad figuras de nuestra política o nuestras letras.

Uno de los escritos de Balaguer donde se manifiesta con más claridad el precedente aserto es, a nuestro humilde juicio, el artículo publicado el 23 de Diciembre de 1922 en el Diario «La Información», titulado «Resumen de Historia Patria», título de la obra publicada por el historiador Don Bernardo Pichardo.

Asombra la hondura con que este mozalbete, de apenas 16 años cumplidos, se aprestó a considerar dicha obra como «…carente de sentido histórico…» «…cómo un texto insignificante y, por ende decididamente contrario a la verdad histórica, falsedad en muchas de sus reflexiones que aparecen a veces, viciadas de inclinaciones pasionales…»

Resaltó en dicho artículo la superioridad de la Historia de Don Manuel Ubaldo Gómez, que a la razón era usada como texto oficial, por sobre la de Pichardo, argumentando que»…la ecuanimidad, condición esencial de todo historiador, no asoma ni por casualidad en las reflexiones ni mucho menos en los juicios este autor de Resumen de Historia Patria…»

Llama la atención su reproche a Don Bernardo, que deber servir de perenne lección a los hombres que han tomado parte activa en la política y que luego se deciden a escribir la Historia, afirmando que «…en la vida pública son siempre nuestro más enconados enemigos los que pertenecen a otros bandos y sustentan diversos ideales. Y como corolario indispensable de este perpetuo antagonismo y como resultante categórico de él, un individuo cualquiera que haya actuado en nuestra desordenada política, distinguiéndose en ella por la magnitud de sus miras colectivas o su significación feliz o bochornosa, no puede, en modo alguno, ejercer funciones de juez en el tribunal augusto de la historia sin usurparse un grandísimo derecho a la posteridad que es, inevitablemente la única que, por sus condiciones excepcionales, tiene capacidad legal para absolver y condenar los hombres y las entidades representativas de un pueblo o de una raza…».

¿Cuál es la razón medular de este enjuiciamiento tan acre del novel escritor ante la obra precitada? Somos de opinión que la repuesta la da el mismo Balaguer cuando afirmaba que en !…en muchas partes habla el señor Pichardo de cosas insignificantes y sin ninguna trascendencia histórica; y en otras, sin embargo, calla hechos de grandísima importancia que no debieron escapar a su inteligente atención…», lo que a juicio Balaguer venía a significar «…falta de imparcialidad y de ennoblecedora justicia…»

Enrostra a Don Bernardo no haber dicho nada sobre la constitución tanto en la Capital como en San Pedro de Macorís del Partido Liberal Reformista, alma de la revolución de 1912 e inspirador, posteriormente, de los ideales de Horacismo; no le perdona su silencio ante el homenaje que la Academia Colombina rindió a los próceres trinitarios Serra y Pina a mediados de 1915.

Penetró hondo en el espíritu del joven intelectual el silencio que hace en su historia Don Bernardo sobre los méritos del gran civilista Santiagués Santiago Guzmán Espaillat, a quién no menciona como el alma de la protesta contra la «…Vergonzosa Convención Domínico – Americana…instrumento internacional que mancha y aplebeya la majestad augusta de nuestra historia patria…» Ministro desde el gobierno de Morales Don Bernardo obvió referirse al papel singular de Guzmán Espaillat ante los desmanes de Morales Languasco lo mismo que omitió referirse a su muerte en Enero de 1912, «…Bajo el plomo de la traición y la asechanza…»

Con este silencio cómplice ante la estatura patriótica de Guzmán Espaillat, Don Bernardo Pichardo, a decir del joven Balaguer, «…vuelve a demostrar que no tiene las condiciones necesarias para perfilarse como un verdadero historiador, desde el momento mismo en que no supo apreciar lo mucho que valía el enérgico patricio…» 

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