Balaguer en desgracia con Trujillo

Balaguer en desgracia con Trujillo

REYNALDO R. ESPINAL
Si es veraz el doctor Balaguer cuando consigna en sus memorias haber nacido el 1 de Septiembre de 1906, en Septiembre del 2006 se conmemorará el primer centenario de dicho natalicio. No obstante, faltarán todavía muchos años para que al momento de enjuiciar su vida y su obra cesen las pasiones y se imponga la objetividad, criterio sin el cual el quehacer histórico se convierte en vituperable oficio propio de libelistas y panfletarios.

No es tarea sencilla juzgar con mesura y rigor histórico su trascendental gravitación sobre nuestro complejo siglo XX. En este aspecto, aunque no desconozco la opinión de escuelas históricas, sobre todo en el mundo anglosajón, sustentadoras de que aún el presente es historiable, prefiero acogerme a la afirmación de Don Américo Lugo en su célebre carta a Trujillo de Abril de 1934, donde afirmaba: «…Todo cuanto se escribe sobre lo actual o sobre lo inmediatamente inactual, está fatalmente condenado a revisión…El juicio que uno merece de la posteridad no depende nunca de lo que digan sus contemporáneos; depende exclusivamente de uno mismo…»

Quien se anime a emprender la comprometedora como apasionante tarea de biografiar con sujeción a los postulados de la historiografía científica el periplo vital de este malabarista del poder no podrá desconocer, a mi humilde parecer, que su actuación política durante el trujillato se produjo en un medio preñado de asechanzas, en una atmósfera sórdida, donde medraba la polilla palaciega a base de artimañas, obsequiosidad y adulación.

Fue un maestro de la simulación y de la astucia, con perfil de eremita. Tal como expresó Osvaldo Bazil …»si este Joaquín Balaguer no viviera tan cómodamente abrazado a la cruz de la humildad, luciría a estas horas, a pesar de su juventud, todos los entorchados en su casaca diplomática y todos los lauros en su toga forense…»

Su proverbial discreción y refinado olfato político, en todo caso, no impidieron que cayera en desgracia con el régimen, a la raíz de la publicación en España de su libro «Trujillo y su Obra: Apuntes sobre la vida y la obra política de un jefe de Estado». El mismo fue editado en Madrid por la Imprenta Sáez Hermanos, en 1934, cuando su autor se encontraba desempeñando funciones diplomáticas en Madrid como secretario de Legación.

Ya Estrella Ureña estaba en desgracia con el régimen, por lo que no pasó desapercibido a los alabarderos de palacio que en su libro Balaguer se refería en términos elogiosos a quien fuera uno de los artífices del Movimiento Cívico del 23 de Febrero.

En el precitado libro, Balaguer se refirió al descollante papel jugado por Estrella Ureña como tribuno, la voz más alta que se alzó en el Cibao contra los desaciertos y la corrupción del régimen de Horacio Vázquez y sus deletéreos aprestos continuistas.

Así enjuiciaba Balaguer, en su grandilocuente estilo, la figura de Estrella Ureña y sus dotes tribunicias:… «Su palabra, vibrante de emoción patriótica, tronaba en el Cibao y por todos los ámbitos de la República se esparcía el eco de sus arengas inflamadas. Parecía, a veces, que al empuje de aquella elocuencia atronadora iba a rodar, hecho pedazos, el poder anarquizado…»

En su aviesa intención los informantes, con Arturo Logroño a la cabeza, no repararon en que el enjuiciamiento laudatorio de la figura de Estrella Ureña por parte de Balaguer sólo pretendía acrecentar las glorias de Trujillo, pues en dicho capítulo resalta que el gran orador debía la vida a Trujillo, quien evitó se perpetrara, en su calidad de comandante del ejército, la determinación adoptada por un conciliábulo horacista de desarmar al fogoso orador.

La oportuna ayuda de Trujillo fue siempre reconocida por Estrella Ureña en sus intervenciones públicas, pues para deshacer la trama no había bastado la admonitoria advertencia de don Elías Brache hijo de que tal acción podría desatar una conmoción similar a la que se suscitó en junio de 1912 en Santiago cuando el civilista Santiago Guzmán Espaillat fue asesinado por el teniente Pedro Alfonseca y el alférez Juan B. Alfonseca B. cuando cumplían órdenes del general José Eugenio Berrido de detenerlo y despojarlo del arma que portaba.

La dictadura estigmatizó como cobarde a todo disidente, y al momento de escribirse el libro ya Estrella Ureña se había marchado al exilio después de romper con el régimen. Balaguer no ahorró elogios a la valentía de Estrella Ureña, afirmando que «…el Licenciado Estrella Ureña, hombre de carácter impulsivo y valiente hasta la temeridad, no era capaz de dejarse requisar, en plena vía pública, sin provocar una tragedia…».

No deja de causar extrañeza que dada su proverbial sagacidad incurriera el doctor Balaguer en el error de considerar valiente a quien ya el régimen había incluido en la fatídica lista de los desafectos.

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