Balaguer, Leonel y la corrupción

Balaguer, Leonel y la corrupción

Joaquín Balaguer hablaba de la masa silente que le daba el voto ganador; una población que sustentaba su mandato y le permitía gobernar con relativa facilidad. Del otro lado estaban sus funcionarios; muchos corruptos con anuencia presidencial.

Permitir la corrupción ha sido siempre parte del menú de opciones de los gobernantes dominicanos para incentivar a sus súbditos. Es también una forma de cooptar y disminuir a la clase política, al sector privado y a segmentos de capas medias y bajas.

A fin de cuentas, los corruptos se fríen en su propio aceite mientras el líder, si mantiene distancia, queda sublimado por encima de los plebeyos. Por eso Balaguer decía que la corrupción se detenía en la puerta de su despacho.

Ante la corrupción de sus funcionarios, Balaguer se hacía el ciego y el mudo. De vez en cuando, sin embargo, destituía algún funcionario para enviar una señal de disciplina a su voraz séquito.

Le bastaba con producir temor porque no tenía como objetivo central caerle bien a la población ni a los medios de comunicación.

En la época de los 12 años no se utilizaban las encuestas de opinión, por lo cual, el nivel de popularidad era de escasa importancia para el caudillo. Además, podía recurrir con facilidad a los fraudes electorales para suplir las deficiencias en las urnas.

En general, Balaguer fue un presidente silente ante las aberraciones de sus funcionarios; utilizaba el martillo para establecer autoridad y mantener a sus súbditos atemorizados porque venía del trujillismo donde el miedo era ley y constitución.

Leonel Fernández ha adoptado el estilo silente ante las denuncias de corrupción a pesar de su fluida oratoria. Su silencio es profundo ante las irregularidades de sus funcionarios, aunque esporádicamente haga algunos pronunciamientos que buscan diluir más que resolver las denuncias.

No los ataca públicamente y casi nunca los destituye. Los mantiene en sus puestos con libertad para que sorteen sus problemas con la garantía de que permanecerán intactos.

Pensará que es asunto de esperar un poco hasta que la capacidad de denuncia se agote. Ningún funcionario, por su parte, tiene mucho miedo porque el pacto implícito del Presidente con sus leales del PLD y grupos aliados es que continuarán degustando de las mieles del poder.

Leonel Fernández está tan confiado en la superioridad de su liderazgo, que se da el lujo de apadrinar a casi todos sus funcionarios, facilitar que lleguen al poder, permitir que abusen del poder, y mantenerlos en el poder a pesar de las controversias que algunos generan en la opinión pública y del pobre desempeño en sus funciones.

Se parece a Balaguer en su estilo silente ante el abuso de sus funcionarios, pero no inspira el miedo que provocaba Balaguer entre sus colaboradores. La fuerza principal de Leonel Fernández radica en su capacidad de ganar elecciones, y por tanto, en ser el instrumento mediante el cual sus funcionarios llegan al poder y se mantienen.

En ese esquema, el nivel de aceptación popular es crucial. El gobierno monitorea cuidadosamente la popularidad de Fernández y sus ejecutorias, y ante cualquier declive, el Presidente se reactiva y toma decisiones.

Llama a un almuerzo en Palacio a los directores de medios, promueve una cumbre, emite algunas declaraciones o pronuncia un discurso para restablecer su popularidad. Es un liderazgo mediático destinado a proteger un amplio grupo de correligionarios.

Esta modalidad es efectiva cuando la oposición partidaria es débil como ha ocurrido en los últimos cinco años, pero distinta será la situación cuando el PRD engrase su maquinaria electoral y se lance de lleno a hacer campaña.

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