Balance

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Consumada la paralización del país por 24 horas, corresponde ahora evaluar ganancias y pérdidas en función de los objetivos de sus patrocinadores.

De principio hay que acreditar a esta jornada la pérdida de al menos una vida, en Navarrete, y las graves lesiones permanentes sufridas en Santiago por tres jóvenes por el estallido de una bomba rudimentaria cuya elaboración se les atribuye.

 La diferencia de circunstancias no invalida la presunción de que esa bomba, que ha dejado terribles lesiones permanentes a tres jóvenes de Santiago, tendría objetivos similares a los de un artefacto lanzado el 12 de marzo de este año contra un autobús cargado de trabajadoras, en Santo Domingo Este, durante una de las tantas huelgas de que hemos sido víctimas.

Siempre nos hemos preguntado qué justifica el esfuerzo de algunos sectores por sustituir  el diálogo con actos que siempre dejan pérdidas para todos.

 En una evaluación concienzuda, no podría aparecer como éxito el solo hecho de paralizar el país, que era un medio de fuerza para tratar de alcanzar los objetivos de que el Gobierno accediera a un conjunto de demandas.

Nada de lo demandado se ha logrado y eso los huelguistas deben anotarlo en  las casillas de ganancias y pérdidas, como debe anotarse lo que ha significado para la economía este tiempo de ocio forzado. ¿O acaso las demandas eran camuflaje de  propósitos no enunciados, con máculas políticas?

Si algo merece tomarse en cuenta es el civismo exhibido por los ciudadanos del país, tanto los alineados en la protesta como sus contestatarios, pues han sido mínimos los actos de violencia y agresiones contra vidas y propiedades.

Nuestra posición no pretende restarle justeza a algunas de las demandas. Es cierto que se requiere una revisión de la estructura impositiva de los hidrocarburos, reajustar determinados niveles salariales y abaratar la canasta familiar, pero debe lograrse por medio del diálogo y la concertación, y no a través de procedimientos que siempre generan balance en rojo.

Siendo realistas, es pírrico el éxito de una paralización a la que la gente se adhiere por temores más que fundados,  que en esta oportunidad se han evidenciado a través de las lesiones sufridas por tres jóvenes de la ciudad de Santiago.

Nosotros y Haití

Los esfuerzos de algunos sectores por hacer aparecer a la República Dominicana como opresora de los haitianos han sufrido un serio revés.

El Papa Benedicto XVI, con toda la autoridad moral y liderazgo pastoral que le caracteriza, ha reconocido la solidaridad de la República Dominicana con Haití y los esfuerzos por lograr canalizar la ayuda internacional hacia la más empobrecida nación del hemisferio.

Que así lo haya proclamado y reconocido el Papa es la mejor manera de poner en evidencia la falsedad de tantas imputaciones hechas contra la República Dominicana en organismos internacionales, a propósito de su trato para con los haitianos.

El peso de este testimonio papal deja muy mal parados a  sacerdotes de la misma Iglesia Católica, que se han prestado para falsear la realidad por medio de reportajes exhibidos en el exterior que pretenden denunciar vejaciones inexistentes contra inmigrantes haitianos en territorio dominicano.

Este reconocimiento debe inspirar a las autoridades dominicanas a continuar su obra de solidaridad para con el sufrido pueblo haitiano.

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