Ballet de Alina Abreu presentó “El lago de los cisnes”

Ballet de Alina Abreu presentó “El lago de los cisnes”

POR CARMEN HEREDIA DE GUERRERO
Si Giselle es la cumbre de los ballets románticos, El lago de los cisnes es la culminación de los ballets del romanticismo. En este ballet tradicional, están presentes los ideales e inquietudes que agitaron aquel movimiento: fantasía, clima legendario, misterio, redención por el amor, fatalidad, sortilegio, idealismo y desmesura.

Petipa y Lev Ivanov lograron con El lago de los cisnes un paradigma de la llamada danza académica, envolviendo con un brillante y temperamental virtuosismo, las ideas coreográficas más puras y dinámicas, de forma que este ballet, se constituye en el espejo de lo que debe ser la técnica, la belleza y la responsabilidad de la disciplina clásica.

El lago de los cisnes es el ballet más representado desde su estreno en 1895, forma parte del repertorio de todas las grandes compañías y constituye un reto, su puesta en escena con sus cuatro actos, para las compañías menores y más aún, para las academias y                     escuelas de ballet.

El Ballet Clásico Alina Abreu asume el reto con seriedad y disciplina, y nosotros asumimos su valoración desde la perspectiva académica, no profesional, señalando los logros y algunos aspectos que pueden ser mejorados, en aras de la elevación de la danza clásica de nuestro país.

En los montajes de academias de ballet, encontramos una manifiesta dicotomía, que coloca por un lado, a figuras profesionales invitadas, junto a las principales figuras de la academia, produciendo escenas de mucho nivel y, por el otro lado, se presenta el grueso del alumnado de marcados desniveles, en bailes maratónicos de grupos muy heterogéneos, en el entendido que, como se trata de una función de escuela, hay que poner a bailar a todo el mundo.

Creo que este criterio es aceptable en funciones de menor relevancia en otras salas, pero no para las grandes producciones en el Teatro Nacional, en las que debe primar un criterio más selectivo y  evitar así el desbalance del espectáculo. Hay un aspecto muy positivo en este montaje del Ballet de Alina Abreu, y es el hecho de utilizar bailarinas formadas en la propia academia, para los papeles protagónicos, como en este caso las intérpretes de Odette y Odile.

Desde el punto de vista del gran espectáculo, esta versión es excelente, con un respeto total de la tradición, y en el que no se ha omitido ningún detalle. Las escenografías de Fidel López, hermosas, recrean los diferentes ambientes en mayor o menor medida. El vestuario es punto relevante de buen gusto en toda la producción, es una  sinfonía de colores y formas, que produce un verdadero deleite visual. La profesionalidad de Magaly Rodríguez en los diseños, queda de manifiesto. Así también, las luces apropiadas crean la magia y realzan las diferentes escenas.

El ballet tiene una dinámica sostenida, desde el prólogo de la conversión de Odette en cisne hasta el acto final, la trama está bien llevada, conveniente la unificación de los dos primeros actos y los dos últimos. El primer acto nos devuelve un hermoso ambiente donde tienen lugar bailes de doncellas y cortesanos, en los que destaca el primer bailarín Armando González. La entrada de La Reina Madre con su atrayente vestuario y corona, es espectacular. La artista invitada Patricia Ascuasiati, hace galas de ese donaire propio de su estirpe. Haciendo las delicias de la concurrencia, el Bufón piruetea una y otra vez, en una explosión de versatilidad e histrionismo de Maikel Acosta, invitado del Ballet Nacional.

La escena del lago no logra el rompimiento visual demandado, una concepción más minimalista debió primar para producir el efecto del lago encantado –que apenas se percibe– arropado por el barroquismo del decorado. Los cisnes inundan la escena, el espíritu de Ivanov, trasciende en las hermosas formaciones. El grupo disciplinado, logra la plasticidad y el estilo requerido. La figura de Vanesa Contín Espinal, proyecta el personaje de Odette con propiedad y alta dosis de dramatismo. Sus movimientos de brazos torso y cabeza, muy bien logrados, nos remiten al legendario cisne. El lirismo del adagio junto al príncipe –Andrés Estévez– invitado del Orlando Ballet, logra un buen nivel de danza. Los famosos cuatro cisnes, inalterables a través del tiempo, nadan en la medianía, debido al desnivel de las bailarinas. Por su parte las bailarinas de los dos cisnes, logran mayor proyección.

La escena del tercer acto en el Palacio muy bien ambientada, da paso a un divertimento con danzas de carácter, en las que se ponen de manifiesto los desniveles de los grupos, siendo la danza española la mejor lograda. El gran “pas de deux” del cisne negro, momento estelar, requiere de gran virtuosismo de los ejecutantes. La bailarina Eugenia de los Santos Velasco, logra transmitir el temperamento de Odile, personaje antagónico de la historia. Andrés Estévez en su variación, luce características de bailarín noble, con buena batería en los saltos aún con poca elevación. Las características del hechicero Von Rothbart, son asimiladas por Jackson Delgado, que da vida al siniestro personaje. Una gran cantidad de personalidades nacionales y extranjeras, entre las que destaca, Jorge Riverón, “ballet master”, unieron sus talentos y experiencias para hacer posible este hermoso espectáculo, que mantiene la calidad a que nos tiene acostumbrados la profesora Alina Abreu.

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