Sin abuelos para abrazar por mandatos de los años, algunos que han pasado a serlos pueden caer en los riesgos de querer suplir el vacío por defunción de los ancentros aproximándose a entes juveniles descritos últimamente como vehículos favoritos del virus SARS-CoV-2 para viajar a las anatomías maduradas por la largueza del tiempo.
Entre los distintos tipos de atracciones entre humanos los hay que provienen de la afinidad en ADN y otros, por el contrario, resultan de los imperativos espontáneos de la naturaleza en dar lugar a nuevos seres fuertes y saludables al proceder de genes frescos y diferentes.
Lo raro sería que la evolución de las especies trate de conjugar gametos femeninos de reciente floración con añejados gametos masculinos. Lo siento por aquellos adentrados en la tercera edad que tiene algo que perder en estos meses: deben huir de los contactos con sangres nuevas y cuerpos vigorosos para no ser receptores de las ofensivas microbianas de nuevo cuño.
Sería necesario tender cordones sanitarios sobre señores mayores que sean dados a la búsqueda de estrechas compañías primaverales decenios después de haber pasado sus carnavales; expuestos, desde luego, a que les salga más cara la sal que el chivo al exponerse a desastrosos efectos en sus billeteras por andar a destiempo cubriendo gustos caros de veleidosas jovenzuelas a través de unas improcedentes relaciones desiguales. Con apenas fuerza para poder dar palos de galleras en la intimidad. Les llaman viejos verdes sin importar el color de los equipos de beisbol que les sean favoritos.
Desde estas páginas asumimos la defensa de los ancianos venerables y buena estirpe que se acuartelan sin estrés, y conformes con su realidad, en lo que pasa la marea. Aquellos que aun en ausencia de prohibiciones sanitarias y de exhalaciones de alto riesgo por posible contenido de gérmenes, serían incapaces de procurar muchachitas aguajeando con algún blíster de Viagra esgrimido como capaz de hacer milagros y de dar derechos a fornicaciones con pechos turgentes que contrastarían con la flacidez de piel de quienes han vivido mucho.
Demasiado veces, la idea de lanzar una cana al aire no toma por asalto así por así a caballeros de edad provecta que toman café en plazas para luego cabecear recordando los disfrutes logrados cuando las energías les sobraban. El único peligro de contagio para mayores no proviene de las nietas y sobrinas portadoras asintomáticas y afectuosas.
Existen también las cazadoras de presas vulnerables por su senectud. Chicas que combinan su buena apariencia con la poca extensión de sus faldas.
Que indagan los patrimonios que estarían al alcance de sus manos antes de decidir cuán mal deben sentarse para ser visualizadas a profundidad por la pieza codiciada y hacer volar su imaginación. Para eso no les faltarían alas. Para unos hechos posteriores, sí. Si la tentación funciona, pronto el coravirus tendría un nuevo puerto de acogida.
Roldán, el prestamista de mis cercanías, es de admirable templanza. El no mezcla los negocios con el esparcimiento fácil que incluye lecho. Ningún hot pant lo ha sacado de su buhardilla hacia lo carnal y mucho menos le ha hecho reducir los intereses que aplica a quien lo vista por más apretado que esté.