Los aprendizajes que duran para siempre se adquieren mediante experiencias personales. La primera lectura de hoy (Proverbios 9, 1 -6) trae un mensaje para todos nosotros, los faltos de experiencias cruciales: “los inexpertos vengan aquí… vengan a comer de mi pan y a ver del vino que he mezclado”. A nosotros nos faltan dos experiencias fundamentales: primero, experimentar el amor de alguien que nos quiera de manera incondicional y gratuita; en segundo lugar, relacionarnos con alguien que nos quiera tanto, que por nuestro amor enfrente situaciones peligrosas.
En el evangelio de hoy (Juan 6, 51 – 58) Jesús nos invita a todos a comer de su cuerpo y beber de su sangre.
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El cuerpo de Jesús de Nazaret fue su forma de estar entre nosotros y participar de nuestra vida. En verdad, su cuerpo, su presencia entre nosotros fue como un pan que se parte y se comparte como alimento. El pan se comparte gratuita y desinteresadamente. Así fue la generosidad de Jesús, una vida sabrosa para dar vida.
Para Israel, la sangre de una persona era realmente su existencia. Jesús invita a beber de su sangre, como quien bebe un vino. Así participamos en la entrega de su existencia en una situación violenta.
Cada vez que participamos en una Eucaristía, participamos en un banquete para inexpertos. En esta vida, todo el que da algo espera sacar algún provecho. ¿Por qué si no, el Congreso ha conservado su oscuro barrilito? Nos falta hacer la experiencia del amor gratuito y desinteresado.
A quien asimile personalmente sus actitudes, Jesús le promete vivir para siempre, resucitar en el último día y vivir esta misma vida por Jesús.
Comiendo con fe el pan de la Eucaristía hacemos nuestra la manera cordial y generosa de Jesús entre nosotros. Bebiendo del vino consagrado, la entrega sangrienta de Jesús suscita la nuestra.