Barack Obama y el Nobel de la Paz

Barack Obama y el Nobel de la Paz

El comité Noruega de los Premios Nobel endosó al presidente Barack Obama el correspondiente a la Paz, el nueve de este mes de octubre, más que un galardón al joven presidente norteamericano, un metamensaje a los halcones del Pentágono.

Todos sabemos, o debemos de saber, que el Pentágono y el Congreso son los poderes fácticos que deciden en gran manera las grandes decisiones de los Estados Unidos.

Y el  arte de sus gobernantes estriba en cómo sortear y manejarse con ellos.

En su breve  trayecto de apenas nueve meses de asumir la Presidencia imperial como la definió el tratadista norteamericano Arthur Shlesinger  jr., el presidente Obama ha enfrentado retos aplastantes heredados por su antecesor George Bush jr., y ha asumido una actitud recta y clara de procurar el consenso universal.

Proponer el presidente Obama reducir hasta eliminar las armas nucleares y pedir a Moscú acordar un programa en esa dirección; anunciar para enero próximo la clausura del penal de Guantánamo donde 223 presos sin expedientes formales guardan prisión en un limbo jurídico; instar a palestinos e israelíes concluir su reyerta de 60 años y fundar el Estado Palestino; retirar las tropas de Iraq y Afganistán; decidir conversar sin condiciones con Teherán sobre uranio enriquecido y lo propio con Pyongyang  y comprometerse a reducir el calentamiento global, son ponencias más que suficientes, aunque no se logren todas en su mandato, para merecer más que un Nobel de la Paz.

Volcar US$787 mil mm para rescatar y nivelar la furnia de los créditos sub-prima del sector inmobiliario, no solamente merecen un  Nobel de la Paz, sino que perfilan la dimensión humana de  Obama, y el reto que asume de que la humanidad endose en los Estados Unidos la fe en su porvenir y nos salvemos todos en vez de perecer todos a la vez.

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