¿Barbarie o civilización?

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Desde que un grupo grande de personas convive en un mismo lugar, se necesitan reglas de convivencia, sin lo cual el grupo deviene en caos, y cada individuo se convierte en lobo del otro.

En los animales inferiores las reglas vienen por la fuerza del instinto, hereditario, especifico y eficiente para cada especie, y es lo que sucede con los insectos, que habitan por millones en un mismo lugar, y no se chocan ni se cruzan, sino que colaboran para el bien común, algunas veces en detrimento del bien particular. En los animales superiores se requiere, aparte del instinto, el aprendizaje conductual, y de ese modo cada animal aprende, en su manada o en su familia, las conductas que requiere para compartir provechosamente con sus iguales.

En los seres humanos, a diferencia de los insectos y de los mamíferos, se requieren reglas, conocidas y obedecidas por todos, escritas o transmitidas por la costumbre, pero interiorizadas en la mente de cada individuo, pues de lo contrario se cae en el caos, y deviene toda suerte de malestar social. Eso es lo que diferencia los países ricos de los países pobres, o un país desarrollado de un país sumido en el atraso. Se utilizan diferentes nombres, y su descubrimiento es relativamente reciente: “imperio de la ley” (politólogos), “Estado de derecho” (abogados), “instituciones” (economistas), y “cultura de obediencia a la ley” (antropólogos).

Si nuestros gobernantes quieren saber qué es lo que nos falta como país, esa es la respuesta: ¡imperio de la ley! o, si se quiere de otra manera, aprender a cumplir las reglas de convivencia social. Hasta que no se entienda este punto, no se ha llegado a la raíz del problema. Si usted quiere saber por qué somos el país del mundo con más accidentes de tránsito (OMS), no se rompa la cabeza, la respuesta es: porque no cumplimos las reglas de tránsito. Si usted quiere saber por qué somos el país más corrupto del mundo (Foro Ec. Mundial), la respuesta es igual: nos hemos acostumbrados a “vivir como chivos sin ley”, y, como consecuencia, existe impunidad, y ‘el que la hace no la paga’.

La orquesta desafina cuando los músicos no siguen la partitura, la epidemias suceden porque se violan las reglas de higiene, y el condominio se hace inhabitable cuando no se definen reglas. Sin reglas se produce estrés a todos los niveles, debido a que cada uno deviene en lobo del otro, y vivimos al acecho, aprovechándonos el uno del otro, cada cual contra todos los demás, de modo que nuestra psique responde con un estado de alerta general, lo que produce estrés social, y de allí viene toda clase de conductas inadaptadas: intoxicación, suicidio, agresión, somatización, cada cual respondiendo por su punto débil. La familia disfuncional (¡ese es el otro tema!) aporta los individuos vulnerables, pero la sociedad produce el estrés que multiplica estas conductas.

Si alguien quiere saber por qué nos están sucediendo tantas cosas que no habíamos visto antes, la respuesta es: ¡por desobediencia de las reglas de convivencia! Debido a eso, las casas se han convertido en cárceles, y las calles en una selva; el hogar ha llegado a ser el sitio más peligroso para la mujer, y las escuelas han dejado de ser sitios seguros.

Es importante recordar que la historia pasó de la barbarie a la civilización cuando se establecieron leyes por encima de los individuos, sean ciudadanos, o sean gobernantes. Ese es el papel de la Constitución y las leyes: si se obedecen, nos civilizamos; si se desobedecen, caemos en la barbarie. El poder ilimitado de un gobernante, a la corta o la larga, deviene en tiranía, y el límite es la ley. Ese es el contrato social mínimo a que debe aspirar toda sociedad: la obediencia a las reglas establecidas para la convivencia social, y de eso depende todo lo demás. Nuestro problema actual no consiste en tener leyes malas o atrasadas, ¡lo cual es cierto! sino en no cumplir las leyes que tenemos, y mientras esto no se haga, todo lo demás es hablar por hablar.  

El país necesita un gran pacto por el cumplimiento de las reglas de convivencia: la Constitución, como carta magna, y las leyes en general, de modo que, si la ley dice 4 ó10%, a ningún poder terrenal se ocurra hacer lo contrario. Comerciantes y trabajadores, civiles y militares, gobernantes y gobernados, todos nos beneficiamos si se cumple la ley. Hagámoslo ya: ¡un gran pacto por el cumplimiento de la ley! Luego hablaremos de izquierda, derecha, o lo que sea, pero, antes que todo, tenemos pendiente el reto del cumplimiento de la ley.   

El tránsito es una buena metáfora de la realidad nacional, y la calle refleja lo que pasa en el país: caos y accidentes por no obedecer el semáforo, y, de igual manera, la solución de nuestros males, sea corrupción, accidentes, o violencia, comienza por un mismo punto: ¡aprender a cumplir las reglas de convivencia social!

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