La galería de la Alianza Francesa, en el Centro de los Héroes, presenta actualmente una exposición correspondiendo perfectamente a lo que se espera de esta sala: dar a conocer a artistas emergentes o ajenos al circuito de los centros de arte tradicionales. Es evidente que tales condiciones no bastan, sino que se precisan originalidad, oficio, capacidad al fin, de parte de los jóvenes talentos expuestos. Frank Barnett llena esos requisitos en su serie de pinturas, aumentadas de algunos dibujos, titulada Homenaje a Toulouse-Lautrec.
Colgado en los tres espacios expositivos, el conjunto se inicia con cuadros/carteles promocionales de la muestra al estilo de los afiches litográficos de Toulouse Lautrec -anunciando libros, atracciones e interpretes de la bohemia parisina radical en la última década del siglo XIX-. Desde estas primeras obras, observamos cómo Frank Barnett se identifica con aquel ilustre modelo e indispensable comensal de los cabarets de Montmartre, del corazón de la diversión a la vez artística y encanallada: el Moulin-Rouge.
Homenaje a Toulouse-Lautrec. Recordamos que Henri de Toulouse-Lautrec perteneciendo a la alta nobleza francesa, y padeciendo enfermedades, deformidades, amargas relaciones con una familia que sin embargo nunca lo abandonó, fue un genio renovador de la litografía, el dibujo y la pintura, prefiriendo al post-impresionismo, una visión pictórica más expresiva, y al mismo tiempo virtuoso de la anatomía humana (¡y equina!). No era tan monstruoso como él se representaba en sus autorretratos, pero la entrega al arte, la farándula y los burdeles fue refugio de su fealdad y búsqueda apasionada de compensaciones. Se abismó en el alcohol y murió a los 37 años, dejando una producción considerable e incomparable.
Frank Barnett trata a la personalidad y la obra de Toulouse-Lautrec como tema único y agradablemente obsesivo: ¡la noche del vernissage llevaba la identificación hasta un (intento de) parecido en el rostro, la barba y un sombrero de copa! Se siente inmediatamente en el joven artista criollo la fascinación que ha inspirado a su muestra. El no se limita a recrear obra, son las menos así la escena del Molino Rojo y sus protagonistas sino que él se y nos complace en hacer retratos reales-imaginarios de su maestro en la memoria, en imaginarle alucinaciones y situaciones plausibles en lugares edificantes, hasta en crear encuentros en tiempos y latitudes distintos.
El fenómeno de la apropiación triunfa. Frank Barnett no cesa de dialogar con Toulouse-Lautrec: lo estudia, lo reinventa, aunque respetando a las distancias y proporciones. Pues, si el artista dominicano seduce por su sentido del humor, su evidente admiración y reverencia, su sinceridad y frescor, es obvio que no posee la academia y el dominio dibujístico del ilustre y desdichado Henri.
La lectura de las obras expuestas se presta para dos observaciones: o Frank Barnett, autodidacta esencialmente, carece todavía de ciertas herramientas técnicas, y/o él cultiva una forma de arte intuitivo, compatible con su recreación personal, evitando el plagio y la mera copia.
No soy yo él que pinta, sino algo en la extremidad de mi mano, decía un famoso naïf, el Aduanero Rousseau. Frank felizmente rehusa la (con)fusión con el pincel de su mentor que él no lograría, y le rinde un homenaje a su manera. Como en toda exposición, hay cuadros más notables, así varios retratos de Toulouse-Lautrec, reuniones fantasiosas con Van Gogh y Gauguin, o con pintores dominicanos. ¡Ciertamente él es un discípulo aprovechado de nuestro singular José Cestero!
Frank Barnett ha sabido transmitir no sólo su admiración, sino los sujetos, la atmósfera, la sicología de Henri de Toulouse-Lautrec. Estaremos atentos a sus próximos trabajos.