El papá tenía por costumbre repasar los hechos noticiosos con su hijo de nueve años al caer la tarde. El vástago se empapaba de la “realidad” social y ya le estaba cambiando su semblante, prefería quedarse en su habitación porque el mundo en las páginas era peor que el monstruo bajo la cama. Un día se asomó por un hueco en la pared y vio a su hermanita muy feliz con un barco de papel que había hecho del periódico del día; y fue cuando comprendió que la prensa puede servir para amplificar el miedo o desplomarlo, depende quién la publique.
Basta con asomar la vista por cualquier preludio de un medio tradicional para entrar en esa atmósfera de pánico colectivo, un ecosistema lúgubre que permea la sociedad en su conjunto como si todo estuviera perdido. Pero… ¿en realidad ya no queda nada bueno que merezca difusión?
La agencia española Press Cutting Service presentó un estudio donde concluyeron que la multitud que consume los diarios nacionales tiene la percepción de que las malas noticias son más, aunque eso no se corresponda con la realidad. Más del 50% de los españoles no quiere informarse porque percibe que los periódicos sólo comunican malas noticias; eso se multiplica en el resto del mundo.
Y así hay personas que decidieron ignorar las emisoras y darle entrada a Spotify, apagar los programas de panel y encender el trap del momento. Gente que prefiere ver series repetidas, a bípedos con corbata devorándose a sí mismos y la sociedad que representan. Yo, tú, ellos, todos estamos podridos de tanto pesimismo, amplificado ahora por los medios de comunicación y sus vainas.
Hace un cuarto de siglo a Facundo Cabral le realizaron una de las entrevistas más trascendentales que pudo ofrecer en su conspicua y bohemia vida. Su concepto de lo que es noticia abarca todo lo que se pueda argumentar al respecto, y un chin más.
“La realidad no es la que dicen los noticieros, esa es un pedacito de la realidad. También nacen mariposas, zapos, los elefantes siguen siendo elefantes; el Río de la Plata sigue yendo en la misma dirección, la cordillera sigue estando ahí. Lo que pasa es que generalmente me eligen lo peor de la realidad para mostrarme todos los días: alguien violó, alguien mató, alguien robó, hay un corrupto en este gobierno o el anterior… ¿me cuentan las buenas noticias? ¡Nunca!
Los noticieros tienen muchas ganas de que se termine el mundo porque no se animan a vivir. Están felices cuando matan a un niño, cuando matan a una señora… y después me dicen: “estamos buscando la verdad en nombre de la justicia”. Y eso se les queda en la cabeza a los muchachos, que creen que eso es lo único que pasa en el mundo. Ellos –los noticiarios- adoran la guerra, están felices por la inundación, carajo. Hay un terremoto en China con 200 muertos; ¡rápido!, ve y muestra la pierna que cuelga del avión que cayó en Aeroparque.
Además están auspiciados por el mismo tipo de la compañía del avión, que están asegurados con la compañía que también está auspiciando. ¿O no es cierto? Adoran las malas noticias porque odian la vida, no se animan a vivir. Ese señor que está juzgando todos los días a la gente por televisión, cuándo vive. Todo el día buscando a ver quién se equivocó, qué ministro robó, qué tipo engañó, el travesti, los que andan por la calle… todos los días ese tipo vive de eso, adora las malas noticias porque le tiene pánico a la vida. Quieren que se termine el mundo porque son cobardes.
Yo amo la vida y me preocupo por vivir, no estoy buscando culpable. Por eso ellos tienen amor por lo peor, aman la sífilis, aman el Sida, viven de eso… se envenenan todos los días porque eso no es una peste, es un veneno. Eso no es vida, por eso la gente sale corriendo para National Geographic a ver los animalitos y las montañas.
Dentro de poco no habrá más noticieros, si quieren ser jueces que vayan a los tribunales, si los políticos son tan malos que hagan una revolución y acaben con todos los políticos, y nos quedamos con los medios.
Protesto pero no cambio, te cuento lo peor pero no lo mejor. A mí no me afecta, yo ni los veo. Pero el joven cree que esa es la realidad. La realidad es el sol que sale y el sol que se pone. La gente que hace el amor, la gente que trabaja, que come, que camina. La realidad no es eso: una corbata y el derecho romano. Yo tengo diez mandamientos, y me sobran. La realidad son los niños con lepra y… ¿qué hacemos? ¿Lo decimos por televisión y después qué? Yo te digo lo que hago: voy dos veces por año a estar con ellos y bañarlos, y tengo 22 mil en la India. Cuando encuentre estos señores de los noticieros bañando leprosos conmigo, entonces le tendré respeto. ¿Qué es lo que hacen? ¿Pasan estadísticas? ¿Me devuelve el periodista que denuncia, los millones que se robó el último senador? ¿Los trae y hace justicia o me cuenta y se va a la casa a dormir? ¿Me excitas para no acostarte? Bueno, con la mujer hacen lo mismo.
Me ponen a la chica de moda desnuda para que excite todo el país y ninguno de los muchachos se va a costar con ella. ¿Te parece que está bien? Después se enojan porque un muchacho con bastantes cervezas violó a una muchacha, cuando lo están invitando todos los días. Es un juego histérico, les gusta que siga mal porque viven del mal, no del bien.
La televisión es un medio maravilloso pero suele estar en manos de cualquiera. Un medio tan maravilloso que suela estar todo el día al servicio de los políticos, me parece un suicidio. ¿Sabes lo que pueden mostrar ahí? Un mundo de cinco continentes extraordinario, en una galaxia increíble, en un universo infinito. ¿Y qué te muestran ahí? Eso es lo que ves, todos los días y todas las noches. ¿O no?
¿Sale un campesino a contar cómo fue su cosecha o cómo fue su día? ¿Habla un carpintero en la televisión? ¿Una hermana contando cómo se cuida un tuberculoso en San Juan? No.
La justificación repetida es que las buenas noticias no venden. Y es cierto, no venden ni sirven para mantener la cloaca en la que nos hemos convertido como prensa, como gente, como país. Vengo ahora, voy a hacer barquitos optimistas.