Batida al crimen

Batida al crimen

POR MANUEL A. FERMÍN
Es bien conocido por los lectores de Azorín (El Político) el epífrage del capítulo veinte y tres, serenidad en la desgracia, y pareciera también que por todos los dominicanos, pues la actitud que ha tomado este pueblo viéndose atrapado en la desgracia de ver continuamente llegar de lo peor e irse lo mejor, ha sido verdaderamente ejemplar.

Todas las naciones están abrumadas por los problemas del momento: terrorismo, narcotráfico, migraciones, persecución religiosa y degradación medioambiental. Difícilmente encontramos una nación que esté libre de alguno de ellos. El terrorismo tiene muchas vertientes, el nacionalismo que como lo describe Vargas Llosa, «no hay nada que destruya tanto una cultura como los nacionalismos» y el fundamentalismo, integrismo religioso expresado en esta forma de persecución, de lucha clandestina, también transnacional, por el solo hecho de no aceptar que toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión y de convicciones; del narcotráfico muy pocos escapan a sus ramificaciones; de la agresión del medio ambiente: mientras más desarrollados más capacidad de contaminación acarrea, y por último, las migraciones de refugiados empobrecidos divididos por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en «los que huyen de su país por un temor justificado a la persecución o la violencia, y por otro, los desplazados internos, quienes también se ven obligados a abandonar su hogar a consecuencias de la guerra y otras graves amenazas como el hambre y el desempleo dentro de su país. Son oleadas de refugiados económicos que tratan de salir de la miseria, y que para agravar su desgracia caen en manos de mafias criminales que trafican con ellos. Difícil que algunos de estos desventurados no tenga una historia que contar.

En la República Dominicana solo la persecución religiosa y el terrorismo no tienen incidencia, y sin lugar a dudas, los restantes serían los «macro retos» a que nos enfrentamos, desde luego, con la colaboración y participación internacional. Y es así porque es un desafío de la comunidad mundial. Pero en el plano doméstico el descuido y la complacencia con el crimen podría acarrearnos problemas graves para la convivencia y el desempeño como nación organizada. El país luce arropado por una ola delincuencial que ha obligado a que las voces más altas de la opinión pública se escandalicen y hagan reclamos a las «autoridades» para enfrentar con dureza el caso. Robos, atracos, secuestros, ajustes de cuentas, etc., crecen a niveles exponenciales y los organismos llamados a protegernos no tienen la capacidad operativa, y en otros casos, la voluntad y la determinación necesarias para enfrentarlos.

Si las fuerzas del país cuentan con decenas de miles de hombres y mujeres debidamente entrenados, con los equipos y materiales correspondientes, por qué no organizar la Policía Militar Mixta y dirigirla las principales ciudades y campos del país atosigados por el pillaje y el malandrinismo para patrullar, no solo en actitud disuasiva, sino en acción de represalia contundente contra el crimen.

El pueblo dominicano ha exhibido bastante serenidad ante tantos males, pero ya comienzan muchas familias y barriadas obstruidas y avasalladas por los bandoleros a organizarse en cuadrillas (¿paramilitares?) para repeler en forma directa y decisiva el delito. ¿Acaso no sería mucho más peligroso que la acción y la justicia se unan por esta vía de hecho, y por qué no, de derecho, pues el inmovilismo y abulia oficial así la obligan, a que sean nuestros organismos especializados los llamados a combatirlos?

Sabemos que la medida podría ser interpretado de extrema, de militarista, pero naciones afectadas por los graves problemas precedentemente citados han optado por ellas. El turismo como actividad económica que tiende a resentirse por la parafernalia militar en su mayoría está desplazado a las áreas de playas, e innegablemente, también es beneficiario del efecto disuasorio. Puerto Rico ha movilizado su Guardia Nacional ante el auge del delito callejero; El Salvador ha organizado una Policía Rural para enfrentar los cuatreros y asaltantes de caminos; asimismo Guatemala y otras naciones latinoamericanas. En plena tiranía trujillista la policía militar realizaba este tipo de tareas, y que conste, el orden estaba garantizado por el temor reinante, sin embargo, como el crimen no duerme tampoco la autoridad puede estar desprevenida. Esa es la única y total razón.

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