POR GRACIELA AZCÁRATE
Tenía treintainueve años, cuando aburrida de veinte años de enseñar literatura y de no dar término a su tesis sobre un poeta israelí decidió dedicarse a escribir novelas policiales porque era el género menos presuntuoso y si fallaba, nadie se enteraría.
El 17 de julio del 2002, mi hijo mayor me regaló El asesinato del sábado por la mañana de Batya Gur. Me pasé veinticuatro horas de corrido leyéndola. Descubrí una escritora de garra, más que de novela negra de corte psicológico al estilo de Patricia Higsmith, tan obsesiva una con la sociedad norteamericana, como concienzuda y meticulosa la otra en describir el alma de los judíos y palestinos en la tragedia que lleva sus mismos años de edad.
Nació en Israel, en Tel Aviv, el 1 de septiembre de 1947, hija de judíos polacos que escaparon del Holocausto.
Batya Gur, como en sus ficciones, murió de cáncer, a los cincuentaisiete años, el 19 de mayo del 2005.
Como en las novelas de Christa Woolf, de Brigitte Reiman, a ella le gustaría que dijeran de qué murió porque: en el cuerpo se refleja lo que uno no se anima a expresar.
Eso dice la doctora Eva Neidorf, la asesinada de Asesinato del sábado en la mañana cuando le explica porqué es impotente al coronel Ayon, el Gobernador de los territorios de Edom.
Cuando murió Manuel Vázquez Montalbán uno se preguntaba que sería del detective Pepe Carballo.
Con la muerte de Batya Gur uno se pregunta que será Michael Ohayon, su yo masculino, un detective al más puro estilo de Sherlok Holmes, de origen sefardí nacido en Marruecos que llegó de niño a Israel y que como método de investigación se pone en la posición del asesino porque, como él mismo cuenta, sólo cuando se identifica con alguien sabe por dónde avanzar.
MÁs que historias de intriga, las historias del inspector Ohayon son reflejo de las contradicciones de la convulsa sociedad israelí, de sus conflictos sociales y políticos.
El detective Michael Ohayon es un tipo culto, solitario, sensible y atractivo, se ha atrevido a penetrar en círculos tan cerrados como el Instituto de Psicoanálisis en El asesinato del sábado por la mañana, en el Departamento de Literatura de la Universidad Hebrea En Un asesinato literario, en un kibbutz En Asesinato en el kibbutz o el mundo de los músicos en Un asesinato musical.
Su creadora era hermosa, con una aleonada cabellera, ojos verdes, culta y reservada, decía: Siempre parto de una comunidad cerrada, porque el asesino siempre es uno de nosotros; alguien que vive un conflicto moral.
Michael Ohayon es la clave de su éxito, judío de origen marroquí, está divorciado, tiene una amante católica que nunca abandonará a su marido y un hijo que en uno de los libros lo angustia cuando cumple el servicio militar durante la primera Intifada.
Ohayon ha crecido por sí mismo, surgió y se ha desarrollado él solo. La verdad es que me sorprende mucho, y no sé qué va a ser de él. Casada y con tres hijos, fumadora empedernida, metódica en la rutina, enemiga de la televisión y los encuentros literarios, buena cocinera, enamorada de la música clásica y la playa se definió como anacrónica , anticuada, romántica y burguesa con los atributos positivos de esa clase social. En los últimos años se dedicaba a escribir de las ocho de la mañana a dos de la tarde, escribía en el diario israelí Haaretz una columna sobre libros y tenía una cátedra en la Escuela de Narrativa.
Como su lado masculino, encarnado en el inspector Ohayon era pesimista crónica, solitaria, provocadora, judía errante que se interrogó constantemente sobre el sin sentido de la intolerancia que, unos y otros, practican en Jerusalén, el escenario metafórico y real al mismo tiempo donde converge la mirada social y renuente de Batya Gur, empeñada en exponer en sus novelas policíacas que el extremismo tanto religioso como político es sinónimo de locura.
Los titulares internacionales la describen como La reina de la novela negra israelí La Agata Cristie hebrea y sin embargo ella se alejó de esos estereotipos, dejó atrás al Maigret de Simenon, al Wallander de Henning Mankell, o a el Montalbano de Camilleri.
Me gustan todos esos detectives, aunque me identifico más con Maigret. Pero Simenon es más sobrio y cruel en su observación de la realidad que yo, que soy más romántica.
Los supera, va más allá. La combinación de trama policíaca, autocrítica judía y descripción de cotos cerrados como el mundo de castas de los psiquiatras, o los habitantes del kibuttz y su utopía, el mundo despiadado de los escritores, las escuelas de adolescentes son la excusa para describir mundos cerrados y claustrofóbicos donde en un todo se encierran Ohayon/ Gur/: Palestina /Israel; opresor/ oprimido, todos unidos en un mismo nervio y con idéntica personalidad.
En el año 2003, el escritor Justo Vasco relató para La Voz de Asturias cómo fue el encuentro con Batya Gurc cuando visitó Gijón durante la Semana Negra.
En sus libros no hay asesinatos enrevesados o masacres monumentales, Lo que relata tiene que ver, más que con los efectos especiales tan de moda en estos tiempos, con el alma de un pueblo que apenas ayer, en términos históricos, ha recuperado un lugar en la geografía.
( )Batya Gur tenía talento, modestia, fuertes convicciones, y el coraje para criticar con dureza las actitudes de su gobierno y de una parte de la sociedad israelí hacia los palestinos y los árabes que residen en Israel. Si el miedo sigue dictando nuestra conducta, podríamos desaparecer.
Poco tiempo después de su visita a Asturias la escritora fue detenida en Israel al oponerse a que tres mujeres militares israelíes hostigaran y se burlaran de un anciano palestino.
Le horrorizó ver cómo tres jóvenes mujeres de su pueblo, aprovechando sus uniformes, sus armas y ese poder de vida o muerte sobre cualquier persona -iba a decir cualquier árabe-, y recordó cómo el ejército israelí aplastó con una motoniveladora a una ciudadana norteamericana que se oponía al derribo de una casa familiar en Cisjordania-, maltrataban durante largo rato a un anciano.
Batya Gur fue detenida cuando aquellas chicas de uniforme se negaron a identificarse, la agredieron verbalmente y se sintieron mortalmente ofendidas cuando la novelista explicó: No quiero sentirme como un alemán que miraba para otro lado cuando los nazis maltrataban a los judíos en la calle.
La Gur, se niega a no escuchar, no quiere mirar para otro lado cuando descubre que en su país, fundado a partir de las culpas históricas de un Occidente antisemita que pasó largos años apartando la vista mientras Hitler aplicaba su mostruosa solución al problema judío, no admite gente dispuesta a asumir la conducta de los partidarios más fanáticos del nacionalsocialismo.
A Batya Gur le dolió la juventud de las militares, su prepotencia y la seguridad de que nadie se atrevería a echarles en cara su iniquidad. O quizá fuera la falta de imaginación, que con tanta frecuencia acompaña al estamento militar cuando actúa como ocupante, la incapacidad de empatía y de ponerse en el lugar de aquel anciano asustado o de imaginar a sus propios abuelos en situación semejante.
La policía dijo que Batya Gur llamó canallas a las militares y las acusó de comportarse como nazis. Ella reafirmó la dignidad como persona, en una época y de un país. En Batya Gur, al igual que en otros escritores, artistas y pensadores israelíes, está la posibilidad de que esa nación no perezca devorada por el miedo a sus vecinos, la intransigencia, el racismo y el fanatismo religioso. En ella y en su acto de desafío veo la otra cara de Israel, la que asomaba hace cuarenta o cincuenta años en la experiencia de los primeros kibbutz, la que tanto contribuyó a que el pensamiento más progresista de los siglos XIX y XX cruzara el Atlántico y echara raíces en América.
Ohayon nació en El asesinato del sábado por la mañana y el crimen en el Instituto de Psicoanálisis sirve para reflejar el mundo cerrado compuesto, por judíos alemanes , a los que Gur respeta por ser sus ancestros y que representan lo más elevado, la crème de la crème.
Yo quería un personaje diferente, un judío de Marruecos que no estuviera en ese nivel de la escala social; quería hacer de él un personaje tan inteligente o más que esos judíos que forman parte de esta elite del mundo de psicoanálisis.
Buscó, en sus intrigas policiales provocar, poner el dedo en la llaga, echar sal en las heridas.
En cierto modo, soy subversiva. Soy una burguesa; es el modo de vida más eficaz, pero odio muchos conceptos de la burguesía. Y la novela policiaca es subversiva; eso me gusta: saca a flote lo oculto y demuestra que la sociedad y las personas no son lo que parecen.
Sitúa sus crímenes en ambientes cerrados, de elite, donde hay violencia reprimida y muchas pasiones soterradas.
Me gusta situar los asesinatos en esos contextos. No conozco que se hayan producido asesinatos en ellos, pero las corrientes subterráneas son tan fuertes que siempre podría haber un asesinato potencial.
Esos ambientes tienen cierta corrupción o decadencia que coinciden con la caída de los ideales en la sociedad israelí. En todas sus novelas hay una crítica a los sectores que han perdido su frescura primigenia.
Para ella en la sociedad israelí hay autocrítica, aunque no tanta como en mis libros. Debo decir que mis novelas han sido bien recibidas, quizá porque la crítica está expresada de forma sutil e irónica.
Asesinato en el corazón de Jerusalén está ambientado durante la segunda Intifada. Aquí hablo de la vida cotidiana en un barrio de Jerusalén y describo toda la violencia y la crudeza de la vida real en la actualidad. Creo que esta violencia es el resultado de una pérdida de valores, y tiene mucho que ver con nuestra ocupación de los territorios palestinos.
Batya Gur fue muy escéptica respecto al futuro de la llamada Hoja de Ruta, que intenta sentar las bases para iniciar un proceso de paz en la zona. Desgraciadamente, no tengo fe en ese plan; me parece todo una tontería. No confío en el gobierno israelí ni en el palestino.
Hay un odio atroz en ambos lados, y bastante estupidez en el lado israelí. Si supiéramos la solución estaría por la calle pintada en letras gigantescas, pero no la sabemos. Pero creo que para empezar a andar deberíamos comenzar por devolver a los palestinos sus tierras; la ocupación lleva a la corrupción, y habría que permitir que exista un Estado palestino.