Bellas Artes en el recuerdo y la esperanza

Bellas Artes en el recuerdo y la esperanza

Se trataba de un suntuoso palacio, aquel espléndido edificio neoclásico que Trujillo ordenó diseñar y edificar a un grupo de prominentes ingenieros-arquitectos dominicanos que, si mal no recuerdo, estaban reunidos en colaboración bajo el nombre de “Ingenieros Asociados”.  Transcurría suavemente la mitad de los años cincuenta, con el fluir de la sangre oprimida bajo la vulnerable epidermis de la población resignada a una dictadura que, antes de enloquecer en horribles excesos, parecía positiva.  Alguien, creo que Enrique de Marchena, sugirió a Trujillo que yo fuese solista en un concierto dedicado al Almirante Barbey en el Salón de las Cariátides del Palacio Nacional. Interpreté el Concierto en Mi Mayor de Bach y Trujillo, solemnemente sentado a poca distancia junto al Almirante y altas personalidades, todos de frac, digamos que “resistió”  inmóvil y respetuoso toda la obra, acercándose   a felicitarme junto al Almirante norteamericano, al final de mi actuación. Entonces yo tenía 17 años.

Pasé de un Palacio a otro.  Bellas Artes fue mí amado Palacio. Mi casa, mi albergue, mi hogar emotivo donde hacía música y enseñaba en el Conservatorio  que allí estaba irradiando luz con Manuel Rueda, Manuel Simó y dedicados profesores.    Trujillo no asistió al Concierto Inaugural de Bellas Artes como Balaguer no asistió a la inauguración del Teatro Nacional (cuando también yo fui solista con el Poema de Chausson). Ambos, sin embargo, visitaron a menudo la edificación, interesados en detalles. Ellos no eran melómanos ni apasionados por las artes sonoras o visuales.

Pero sabían su importancia.

El Palacio de Bellas Artes ha recibido, con el presidente Fernández, la atención que  merece. No quiero ni debo hablar de “remodelación”, porque varias veces, en varios gobiernos, se han efectuado “remodelaciones” desastrosas, seguidas por dolorosos desamparos, carencias en lo fundamental, miserias, indigencias y abatimientos. 

¿Dónde están las obras de arte –algunas más valiosas que otras- que lucía aquel verdadero Palacio que hizo Trujillo, bellísimo, funcional, de exquisito buen gusto? ¿Qué se hizo la bella casa de la alta cultura hasta ahora?

Un ámbito de tristezas y carencias.

Sólo quiero suplicar al presidente Fernández que corte de un tajo, como Julio César el “nudo gordiano” para cruzar el Rubicón,  y rompa la tradición bastante reciente de permitir construir mal para necesitar que se efectúen reparaciones frecuentes y cada vez más traicioneras y delincuenciales. Felicito al presidente Fernández y al secretario Lantigua y a cuantos intervinieron en esta Puesta en Valor de Bellas Artes. Han sido consecuentes y efectivos, pero quiero y debo recomendar que lo importante ahora es el mantenimiento, el cuidado escrupuloso de lo humano y de lo físico. El tiempo actual no es aquel de la poética y superficialmente entendida  bohemia parisina de hace dos siglos. El arte fue siempre protegido por los poderosos.

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