Belleza artificial con fatal sorpresa

Belleza artificial con fatal sorpresa

Algunos niños sueñan convertirse en piloto de una nave espacial que los conduzca a otros planetas y caminar en la superficie como otrora hicieran los pioneros cuando posaron sus pies sobre la luna; de igual manera hay damas que aspiran a ver sus cuerpos convertidos en figuras paradigmáticas similares a las que se exhiben en revistas, cine, televisión y la Internet.

Nadie puede negarle a una persona el derecho que le asiste para corregirse un defecto anatómico congénito o adquirido que afee su figura. Sin embargo, hay situaciones en las que por diferentes canales y métodos se induce a una joven a sentirse a disgusto con el fenotipo que le fue originalmente otorgado por la madre naturaleza.

Es de gran importancia conseguir a una temprana edad que él o la niña logren identificar, así como reconocer su propia imagen y que la acepten como buena y válida. Pero además es también fundamental poner en equilibrio dicha contextura física con las emociones y la psiquis; en otras palabras, que uno se sienta complacido y satisfecho de que su pensamiento tenga como albergue esa casita adorada llamada cuerpo. Nada peor que vivir inconforme con una apariencia física que nos abochorna y llena de vergüenza.

Narro la trágica historia real de una joven dominicana con apenas veintitrés años cumplidos, llena de vida y de ilusiones,  residente en los Estados Unidos, quien se ganaba la vida trabajando en un hotel y en donde la silueta corporal era un componente esencial para garantizarle la permanencia y ascenso en el empleo. Según narran allegados, la infortunada se había sometido a dos cirugías estéticas previas y ahora planeaba removerse dos implantes mamarios de silicona para reemplazarlos por otros de menor volumen.

Igualmente intentaba que se le aspirara una cierta cantidad de grasa abdominal. Escribe el cirujano plástico actuante que realizó una lipoplastia en la parte central del abdomen y en ambos lados de la cintura, para lo cual hubo de inyectar una ampolla de adrenalina diluida en quinientos centímetros cúbicos de suero fisiológico. Previo a la cirugía a la paciente, el anestesiólogo le había colocado dos catéteres dentro de la columna vertebral, uno de ellos a nivel de la cadera y el otro a nivel del pecho. Por medio de esos tubitos se le inyectó un anestésico denominado Bupivacaina al 0.5% en dosis de diez y 3 miligramos, respectivamente. Al final de la jornada, siendo conducida a la sala de recuperación la infortunada entró en un paro respiratorio seguido de arresto cardíaco irreversible. El deceso es catalogado médico-legalmente como accidente anestésico.

La autopsia mostró dilatación cardíaca, congestión visceral generalizada, falta de aire y el edema de los pulmones; todos ellos signos clásicos de un estado de shock cardiogénico.  El resto de la necropsia sólo evidenció vísceras, huesos y músculos sanos. ¿Cuántas mujeres sanas y naturalmente bellas habrán de morir antes de que hagamos conciencia de los riesgos y peligros que estos procedimientos quirúrgicos plásticos electivos acarrean?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas