Belleza, fealdad, preocupación y humor

Belleza, fealdad, preocupación y humor

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Nos dejó dicho Anatole France, el admirable artista y erudito francés nacido en el año de nuestra independencia: “Creo que nunca sabremos exactamente por qué es bella una cosa” (Vida y cartas, vol. II).

Ciertamente, la belleza es elusiva, incomprensible. La filosofía, que se sumerge a honduras a las cuales la ciencia no se atreve a incursionar, se enreda en lo bello. Pitágoras pretende reducir la belleza de la música a relaciones matemáticas y adscribe cierta armonía sutil a las esferas. Platón, que era un moralista esforzado en combatir la decadencia de su pueblo, expuso una identidad sublime entre lo bello y lo bueno. Pero resulta que no todo lo bello es bueno. Yo estoy a favor de los conceptos del irlandés Francis Hutcheson (S. 17), considerado uno de los principales representativos de la “escuela del sentido moral”, que enfatiza que el sentido moral es la fuente de nuestra conciencia moral y que mediante tal sentido pueden percibirse las diferencias entre las acciones moralmente buenas y las que son moralmente malas. Caemos, pués, en que lo moral es lo bello. Que la belleza es moral… O debe serlo.

Ahora bien, usualmente no lo es.

Lo bello se ha ido convirtiendo, cada vez más, en engaño, en trampa, gracias al utilitarismo, al descomunal uso de los medios de comunicación, de lo que enseña la tecnología de la mentira: “Ofrece, ofrece, que algo queda”.

Centrémonos en que la belleza es atractiva, aunque se trate de la belleza que inventan los negociantes de la política, de la moda o de las artes. Y aunque a primera vista se tenga la impresión de que el concepto aristotélico de que belleza es “simetría, proporción y orden” es cosa pasada, en verdad es criterio vigente, aunque sea utilizado para engañar. ¿No están llenas de ofertas de simetría, proporción y orden, las propuestas de los políticos, que anuncian la pronta solución de todos los problemas nacionales y se empeñan en proclamar que su concepción de la belleza patriótica está fundamentada en la moral…En lo moral?

Pero, me pregunto ¿Se estarán los políticos quedando rezagados en los cambios hacia lo feo que presenta la modernidad? porque golpea un extraño culto a lo feo, que aparece hasta en los dibujos animados destinados a los pequeñines. Muñecos horrendos y ahora crueles, han sustituido la “belleza” que por su ternura y bondad llegábamos a encontrar fácilmente en “E.T.” y, anteriormente, en la gracia y picardía inocente del Ratón Mickey y su comparsa, o en el Gato Félix, o en el “Corre-Caminos” y hasta en cocodrilos y serpientes agradables y “bellos”. Bellos por cierta bondad sobresaliente en sus actitudes.

¿Será que, al fin de cuentas, la belleza es bondad, moralidad?

Este culto a lo feo, a lo grotesco, que nos avasalla en la televisión internacional, esa que penetra brutalmente en nuestros nietos, llevándolos a una habitación de la crueldad, de lo despiadado, de lo atroz y lo truculento, me preocupa.

¿Es que en el Universo todo es más feo, más cruel…peor?

¿Es que fuera de este grano de arena que es nuestro planeta, no existe piedad, ni nobleza ni conmiseración? ¿Sólo ambición de poder y artificios de muerte?

¿Es que nos están familiarizando con la maldad? ¿Con la fealdad vital?

Para aligerar y edulcorar estas líneas preocupantes, voy a recurrir a una anécdota de mi padre con el pintor Gilberto Hernández Ortega.

El artista había mostrado a papá un Retrato de Mujer, con un gran ojo vidrioso junto a otro pequeño y considerablemente más bajo. La nariz, larga y flaca, se torcía en una curvatura caprichosa, las orejas estaban a distintas altura, los senos, pequeños y muy bajos, casi alcanzaban la zona púbica. Era una figura larga e impactante.

Papá miró el cuadro con fingida atención y le dijo; -Bueno, si es así como vez a las mujeres, tus razones tendrás…

Gilberto se marchó cabizbajo.

Algunas semanas después se presentó ante la reja tras la cual papá dibujaba, acompañado de una bella joven de piel canela tenue, hermosa cabellera y facciones inobjetablemente clásicas.

-Don Bienvenido – dijo- le presento a mi novia. Voy a casarme.

Papá lo miró con humorístico asombro. Abrió la boca, desorbitó los ojos y sólo comentó: ¿Anjá…? ¿Y dónde está la nariz torcida, las orejas desniveladas, los ojos monstruosos, los senos en el ombligo? ¡Qué pendejo…!

Gilberto se marchó muerto de risa.

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