POR LAURA CAMINERO
Aquel día encendí el computador para revisar los últimos acontecimientos vía Internet y para sorpresa mía veo la noticia de la gravedad de nuestra querida colega Martha Sepúlveda.

En ese preciso momento me invadió un gran escalofrío ya que no sé porqué razón asumí que ella no lo resistiría. Según leía me convencía de su gravedad y aunque le pedí a Dios que le diera fuerzas para resistir, a los pocos días supimos que el desenlace había llegado. Dios necesitaba a uno de sus ángeles que prestó en la tierra y simplemente lo mandó a buscar.

Debo confesarles que mi contacto con Martha era muy escaso, siempre admiré su trabajo y en especial su columna de la prestigiosa PANDORA que ella cada día hizo brillar con su entrega. Me causaba mucha jocosidad su forma de escribir y sus anécdotas y siempre le expresé mi identificación con muchas de sus vivencias.

A través de nuestras conversaciones vía mail y por teléfono tuve el honor de participar en la revista y me causaba mucha alegría y deferencia como ella siempre tomaba en cuenta los comentarios que enviaba a su correo, los cuales siempre publicaba en PANDORA.

Lo poco que pude conocer de ella, un ser humano excepcional, una trabajadora incansable y responsable. Llena de ideas, forjadora de sueños y por si fuera poco leal y siempre fiel a sus lectoras y lectores. Tal vez eso, precisamente esa entrega total al trabajo sin descanso, esa excesiva responsabilidad a sus compromisos llevo al Creador a llevársela a destiempo para no desgastar más a uno de sus ángeles terrenales.

Hasta siempre!