Bendita esperanza

<p>Bendita esperanza</p>

PAULO HERRERA MALUF
La esperanza es un don, amigo mío – dijo Manolo, entre bocado y bocado. Respondía así a mi lamento. Me había estado quejando, con razones de sobra, de lo difícil que es mantener la esperanza en tiempos como éstos, en un país como éste.

La verdad simple y profunda de su respuesta me desarmó. Se notaba que nacía de la sabiduría que otorga una vida entera dedicada a los temas espirituales. La conversación derivó hacia otros temas, pero esa afirmación me dejó pensando por el resto de la cena. Y mucho más allá.

Siempre pasa lo mismo con él. Cada vez que Julia y yo logramos robarle algo de tiempo al ajetreo cotidiano – lo cual sucede con una periodicidad tan irregular que no puede considerarse tal – nos juntamos con Manolo para compartir una comida. Y él siempre se las arregla para, como quien no quiere la cosa, llegarme al tuétano y ponerme a pensar por días.

Un quid pro quo desigual el que se da entre Manolo y nosotros. Compañía a cambio de lucidez. La cena concluye y, entre bromas, lo depositamos en su casa. Comienza entonces una introspección que durará hasta el próximo encuentro.

¿De dónde nace la esperanza? ¿Nace de adentro? Entonces, ¿quién la puso ahí? Según Manolo, la esperanza es un don. Un regalo. Es gratis. Está ahí, junto con otros dones que recibimos las personas. Están la salud, el amor de los padres, la capacidad de perdonar, el cariño de la amistad, la capacidad de creer. Y está la esperanza.

Hace sentido. Después de todo, desde un punto de vista estrictamente racional, la esperanza parece más una ingenuidad que otra cosa. No en vano la intelectualidad tiende a desdeñarla como propia de mentecatos que niegan la realidad. Por no decir que es imposible demostrarla como un teorema.

No, señor. A la esperanza sólo hay que dejarla entrar. Hay que recibirla como un regalo y cuidarla como un tesoro. Igual que a los demás dones que, sin mucha explicación, recibimos en la vida.

Y vaya si es necesaria. En un contexto universal, ¿dónde estaríamos los seres humanos sin la esperanza de que el mañana será mejor que el ayer y que el hoy? ¿Se habrían emprendido las grandes iniciativas de la historia sin la certidumbre de que es posible construir el futuro?

Interesante paradoja. La esperanza es un don, pero el futuro se construye. Es un extraño ensamblaje entre la gratuidad y la inconformidad. Sin la una estaríamos condenados al desaliento, y sin la otra estaríamos viviendo un fatalismo inmóvil.

Por un lado, aceptar la esperanza entraña un ejercicio de humildad, para asimilar nuestra propia pequeñez en el gran esquema de las cosas. Para comprender que no somos dioses, y que no tenemos control sobre muchas cosas. Y para dejar de lado la arrogancia de creer que el tiempo que nos toca es el peor de todos, que estamos justo en el centro de la historia. Por el otro lado, la esperanza sirve para ponernos en movimiento. Y para ello, hay que ser muy atrevidos – casi diríamos que desvergonzados – para creer que el destino colectivo es algo que se decide y se conquista. Para enfrentar la adversidad y atreverse a meterse voluntariamente en la vorágine tortuosa del cambio social.

Sin esperanza es imposible oponerse al destino. Imposible intentar agarrarlo por el cuello. Imposible cambiarlo y construirlo. Ya sea en la dimensión individual o en la colectiva, sólo con esperanza es posible intentarlo. Incluso, el refrán debería ser al revés: mientras hay esperanza, hay vida.

El rito de transición hacia un nuevo año es una ocasión oportuna para las revisiones. Para que quienes están enfrascados en la batalla para arrebatarle un sueño al caos del futuro, por ejemplo, recuerden que es comprensible el cansancio de la lucha. Y que es comprensible que la esperanza se gaste con los inevitables choques de la brega. Y que es indispensable, para continuar, tener la suficiente mansedumbre como para dejarse llenar de nuevo del don de la esperanza.

Y para que quienes ya no tienen esperanza, o nunca la tuvieron, acepten el regalo de creer. Y que esa creencia suplante al desaliento y al derrotismo. Y que esa creencia los lleve a la acción. Al cambio.

Nuestra sociedad carece de mucho. A la hora de pedir, la lista debe ser, sin dudas, muy larga. Dentro de todo lo que se puede desear, este año me quedo con el don de la esperanza. Que nazca. Y que permanezca. Y que nos haga soñar. Y que nos haga saltar al ruedo para comenzar la lucha por un mejor futuro para todos. O para continuarla con más bríos.

p.herrera@coach.com.do

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