Benditas sean las madres y gloriosa la maternidad

Benditas sean las madres y gloriosa la maternidad

Rafael Acevedo Pérez

Un proceso de molestias, de temores, sufrimientos y de grandes dolores, experienciados en cada parto, cada embarazo, amamantamiento, cuidados, y todo lo mucho que conlleva la maternidad, constituyen posiblemente la mejor y más hermosa manera de vivenciar el sufrimiento que suele anteceder al goce de la vida eterna.

Precisamente en estos tiempos de incredulidad en los que los hombres parecen no desear ser hombres, ni las mujeres desean ser mujeres; y algunos no desean siquiera ejercer el don de la fecundación, y algunas el de la maternidad y otros el de la paternidad, ni el sacerdocio y los ejercicios espirituales y sociales.

Ha estado emergiendo una conducta, digamos, “afeminada”, que nada o poco tiene que ver con las características de la mujer, a no ser el de las geishas y ciertas prostitutas muy refinadas.

Muy diferente de lo que es ser mamá, ya que mamá está obligada a ciertas formas de rudeza, que resultan ser necesarias para quitarles malas costumbres a sus hijos, quienes fácilmente sucumben en estos ambientes pervertidos, y son desviados de las buenas costumbres.

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Difícilmente, cuando muchas veces hoy damos gracias a mamá por ser buena y habernos cuidado con gran esmero, no estamos pensando solamente en los muchos besos que nos daba, sino también en las veces que tuvo que ser algo ruda y a hasta viril para poder evitar que hiciéramos lo incorrecto, eso es mucho más verdadero.

En nuestro país más de una tercera parte de hogares son dirigidos por madres solteras, sin contar la grandísima cantidad de hogares que supuestamente están dirigidos por hombres, pero casi siempre se hace lo que mamá diga.

Felicitemos y demos gracias a todas las madres que han hecho y hacen posible la vida humana.
Porque, millares de mujeres y hombres en el mundo de hoy parecen no reconocer que no existe otra manera de dar la vida si no es solamente por el parto, ni hay manera de mantener una sociedad decente sin un hogar en el que se trabaje día a día y minuto a minuto, por una pareja de hombre y mujer responsables.

Amamos a mamá porque desde el vientre venimos sufriendo y aprendiendo junto a ella a manejar el sufrimiento y los dolores, pequeños y grandes, y especialmente, a saborear el dulzor de las caricias que aliviaron esos padeceres.

Y aun después de largos años, su solo recuerdo nos hace tiernos y endulza nuestros corazones.

Debe ser en gran parte por eso, que sin recordar los dolores del tirijala y los sustos del nacimiento que también, en menor escala, como niños padecemos; fuimos aprendiendo a amar y a compadecer a los que sufren y a amar a los que como Cristo y como mamá sufrieron, sin nosotros saberlo, dolores inolvidables a causa nuestra.

El solo pensar en mamá nos vuelve amorosos y tiernos y dispone nuestros corazones a ayudar a los demás, a amar a Cristo y mirar con esperanza y alegría hacia el futuro y hacia el cielo.