Benedicto XVI, islam, fe y razón

Benedicto XVI, islam, fe y razón

WENCESLAO CALVO
El pasado 13 de septiembre Benedicto XVI pronunció un discurso en la Universidad de Ratisbona, donde fue profesor en su juventud, que ha levantado una gran polvareda en todo el mundo habida cuenta de las reacciones que ha provocado entre los musulmanes. ¡Quién le iba a decir a Joseph Ratzinger que una reflexión académica sobre la relación entre fe y razón expuesta en un elitista ambiente académico iba a desatar tal catarata de repercusiones! Pero el valor mediático de lo que diga un profesor de teología no es igual que lo que diga un Papa, aunque ambos hablen de lo mismo.

Tampoco es igual decirlo hace 50 años que decirlo ahora, en la era de Internet y de la globalización. Y tampoco es idéntico expresarlo en unas circunstancias desapasionadas, que en un crispado contexto mundial de choque de civilizaciones. Juntando todos estos ingredientes el resultado no podía ser otro que el que ha sido: una ocasión perfecta para que la tensión mundial suba un grado más.

No sé cuántos de los que opinan, analizan, vociferan o amenazan han leído el discurso de Benedicto XVI, especialmente si tenemos en cuenta que un gran porcentaje de las masas en determinados países islámicos son analfabetas. A mí me costó trabajo encontrar el texto del discurso completo, aunque no me costó ninguno encontrar cientos de noticias, artículos y alusiones al mismo, lo cual ya es todo un síntoma del tiempo en el que vivimos, donde tantas veces muchos juzgan por oídas sin haber ido directamente a la fuente del asunto. Pero ésa es otra cuestión.

Lo cierto es que Benedicto XVI quiso en su discurso tender un puente a dos grandes contrincantes que la fe cristiana tiene: el Islam y el Occidente secularista. A este último le reprochó su concepto reduccionista de la razón por el que Dios está, a priori, excluido de ser objeto de conocimiento, dejando a la fe sin conexión alguna con la razón. Ahora bien, apostilla Ratzinger, ‘Una razón que es sorda a lo divino y que relega la religión al espectro de las subculturas es incapaz de entrar al diálogo con las culturas.’ Motivo por el cual el Occidente secularista se queda sin líneas de comunicación con el Islam y con el cristianismo. Al Islam le reprocha su concepto voluntarista de Dios, según el cual Dios no está sujeto a nuestras categorías humanas y está tan por encima de ellas que su libertad y soberanía son enfatizadas hasta extremos extravagantes. Y en ese contexto es donde aparece la frase que ha provocado la polémica: la cita del Emperador Manuel II Paleólogo (c. 1348-1425) que, en su debate con un erudito musulmán, afirma que la violencia para la propagación de la fe es irracional: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba».

En su exposición Benedicto XVI propone al Islam y al Occidente secularista otra vía para el debate: la propugnada por el escolasticismo cristiano de la Edad Media que trabajó por una armonía entre la fe y la razón. Según esa vía, Dios está en concordancia con la razón porque él mismo es Razón (Logos) y por lo tanto ése sería el método universalmente válido para dirimir cualquier cuestión. Por eso, si el ejercicio de la violencia para promover la fe es irracional (problema del Islam), también lo es la negación de que la fe tenga algo que ver con la razón (problema del Occidente secularista).

Claro que afirmar, aunque sea citando a otro, que la yihad es cosa malvada e inhumana, que la difusión del Islam se debe a la espada y que la violencia en cuestiones de fe es algo irracional, es más de lo que cualquier musulmán puede soportar. Por eso, aunque la idea del discurso era invitar al diálogo entre culturas y religiones, el efecto ha sido el contrario.

Sin embargo, no es ninguna insensatez decir que la yihad es cosa malvada e inhumana, así como no es insensatez decir que lo fueron las Cruzadas y la Inquisición; tampoco es necedad afirmar que la expansión del Islam se debió y se debe en cierta medida a la espada, como tampoco es necedad afirmar que así ocurrió en cierta medida con la del cristianismo; igualmente no es ninguna tontería sostener que la violencia sobre la conciencia es irracional, la ejerza quien la ejerza.

La diferencia está en que en el Corán todas esas cosas se prescriben y ordenan: ‘Y combátelos (a los que se niegan a creer) hasta que no haya oposición y la práctica de Adoración se dedique por completo a Allah.’ (Sura 8:39), mientras que en el Nuevo Testamento el método para difundir el evangelio es la predicación: ‘Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.’ (Marcos 16:15). Es decir, la máxima autoridad del Islam, el Corán, dicta la coacción de la violencia como método para esparcir su creencia, mientras que la máxima autoridad de la Iglesia, Jesucristo, ordena en el Nuevo Testamento la persuasión de la predicación como medio para propagar la fe.

Los seguidores del Corán que ejercen la violencia en cuestiones de conciencia, están obedeciendo a su libro; los seguidores de Jesucristo que han ejercido o ejercen esa violencia, están desobedeciendo a su Maestro. He ahí la gran diferencia. Una diferencia que marca nítidamente el abismo que separa al cristianismo del Islam.

La relación que Benedicto XVI esbozó en su discurso de Ratisbona entre fe y razón ha sido uno de los grandes debates que han ocupado la mente de algunas de las mejores cabezas de la cristiandad. Y no sólo de la cristiandad, también dentro del judaísmo (Maimónides) y del Islam (Averrores) hubo pensadores que trataron de encontrar la conexión entre fe y razón. En el lado cristiano una de esas cabezas sería Ramón Llull (1232-1316), quien vivió en un tiempo cuando el choque de civilizaciones entre Islam y cristianismo estaba en todo su apogeo. Él marcó una diferencia y estableció un camino a seguir en lo que respecta al acercamiento al mundo musulmán que, en aquel momento, fue contemplado como cosa de locos. Y aunque el método que él proponía tiene algo de eco en la propuesta de Benedicto XVI, en su conjunto lo supera. Pero eso lo veremos en el próximo artículo. (Protestante Digital)

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