Bernardo Vega y la razón salvaje

Bernardo Vega y la razón salvaje

EDUARDO JORGE PRATS
El tercer volumen de Bernardo Vega sobre las relaciones entre Trujillo y Haití, «La agresión contra Lescot» (Santo Domingo: Fundación Cultural Dominicana, 2007), recientemente puesto en circulación y magníficamente presentado por Hugo Tolentino Dipp, será un libro que dará mucha agua que beber, no solo por las revelaciones acerca de las tortuosas relaciones entre el tirano y líderes haitianos, sino también por su apreciación de que «Trujillo no permitió ataques raciales contra el pueblo haitiano sino con motivo de su enemistad con Lescot, es decir que esos ataques se iniciaron a partir de marzo de 1942 y terminaron con la caída de su gobierno en enero de 1946».

En sentido general, no discrepo de las conclusiones de esta obra de nuestro incansable, prolífico y acucioso investigador. No obstante, llama la atención el hecho de que «cuando Trujillo ordenó atacar al pueblo haitiano», la intelectualidad al servicio del régimen trujillista tenía en su arsenal todas las municiones teóricas para desplegar una campaña anti haitiana de tal magnitud que, todavía hoy, sirve de fuente de inspiración y de referencia teórica a quienes sostienen la existencia de una «amenaza haitiana». ¿Qué pasó entre 1844 y 1944 que cambió la actitud de las élites dominicanas  – principalmente de la intelectualidad –  y enterró todo el legado de hombres como Gregorio Luperón, Máximo Gómez y Eugenio María de Hostos para quienes el color, la lengua y la etnicidad no importaban y era posible un nacionalismo democrático, liberal y pan-caribeño? ¿Adónde fue a parar el mulatismo de Pedro Francisco Bonó y su rechazo del «exclusivismo racial»?.

Vega aporta datos que fundamentan su tesis de que, en gran medida, el anti-haitianismo de Trujillo fue coyuntural. Pero no cabe duda de que el prejuicio anti-haitiano predominante en nuestras élites es anterior a los conflictos entre Trujillo y Lescot. Este prejuicio contrasta con el sentimiento del pueblo dominicano que tiende a rechazar la presentación de los haitianos como enemigos raciales, culturales, sociales y políticos. En apoyo de Vega, podría afirmarse que el dictador quizás compartía los sentimientos populares hacia Haití, pues solo ello puede explicar que en una ocasión confesase que por sus venas corría «sangre africana».

Ahora bien, de algún lado tenía que nutrirse el anti-haitianismo de la intelectualidad trujillista y no era precisamente del legado de Luperón, Hostos y Bonó. Si tomamos a Balaguer y «La isla al revés» (1983), en donde éste reproduce literalmente las ideas expuestas en «La realidad dominicana» (1947), vemos que parte de supuestos tomados de la biología evolucionista de la segunda mitad del siglo XIX, la cual legitimó la esclavitud y el imperialismo de las potencias de «Occidente». Ese «salvajismo intelectual», como bien señala Juanma Sánchez Arteaga, implicó que «el más descarnado racismo sobre los pueblos de origen no europeo, lejos de considerarse una ideología perniciosa, llegó a constituir, para la inmensa mayoría de la población culta (…), el resultado lógico de una verdad demostrada por las ciencias naturales más avanzadas».

Esta ideología europea, compartida por las élites coloniales, asumió la superioridad evolutiva del «hombre blanco» y la visión del indígena como pariente moderno del «eslabón perdido». Fue ella la que, a partir de la justificación de la dominación de los grupos más aptos sobre las razas «degradadas, primitivas y salvajes», legitimó el ejercicio sistemático del genocidio y del exterminio. Y es que el imperialismo necesita del racismo «como única excusa posible de sus actos» (Sven Lindquist). Mucho antes que Trujillo ordenase la matanza de los haitianos, Joseph Conrad, resumiendo el rol de Europa frente a los pueblos de otros continentes, clamaba en «El corazón de las tinieblas»: «exterminad a todos los salvajes». Las «terribles masacres» y los «salvajes asesinatos» (Hanna Arendt) de los imperialismos europeos son, pues, los precedentes inmediatos del «corte» de 1937 y del genocidio nazi.

Es por ello que el libro de Angel S. del Rosario, «La exterminación añorada» (1957), no es un acto aislado sino la expresión de una ideología para la cual «el exterminio (se debe) al inexorable cumplimiento de una ley tan natural como la gravitación» (Kletzing, 1900) pues «en contacto con las grandes razas, las razas inferiores perecen: (…) es un efecto de la selección natural» (Sergi, 1888).

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