Bernardo Vega y los imaginarios raciales a propósito del proyecto de anexión a Estados Unidos

Bernardo Vega y los imaginarios raciales a propósito del proyecto de anexión a Estados Unidos

El economista e historiador dominicano Bernardo Vega (Santiago de los Caballeros, 1938) ha ganado el premio Regional de Historia por su libro La Cuestión Racial y el Proyecto Dominicano de Anexión a Estados Unidos en 1870. El libro fue publicado en 2019 por la Academia Dominicana de la Historia. En la nota de prensa en que se anuncia el galardón, al menos en la prensa nacional, el jurado expresa lo siguiente: «su incuestionable pericia como historiador de gran profesionalidad…Su libro es considerado ser una importante y original contribución a la historia del Caribe» (Acento.com.do, 31 de mayo del 2021).

Bernardo Vega tiene decenas de libros sobre historia dominicana. Ha abordado con pericia los principales hitos de nuestra historia nacional. Varias veces galardonado en el país, así que enhorabuena este premio internacional. Hay que celebrarlo.

En el número 162 de Estudios Sociales publiqué una breve reseña en la que declaro la importancia de este libro para el estudio de la cuestión racial en el país; sobre todo, el espinoso tema de los imaginarios raciales, esta vez, desde la mirada de los Estados Unidos sobre el Caribe.

Aunque la cuestión racial y las nociones afines, como raza, negros, mulatos, blancos, entre otras, están presentes en el texto; advertimos que este libro no es sobre los imaginarios raciales en el Caribe, sino sobre el por qué no se materializó la idea de anexión de la parte oriental de La Hispaniola a la Gran Unión Norteamericana en 1870.

Lo relativo a los imaginarios raciales corresponde a la lectura que hago como investigador sobre el tema. Desde este particular es que quiero abordar el texto en estos comentarios y aprovechar las abundantes citas que brinda el libro para que tomemos conciencia del imaginario racial construido en un periodo histórico determinado y del cual encontramos vestigios en la actualidad, si bien más atenuados.

En lo adelante mostraremos cómo se aprovechó un imaginario racial construido por las ciencias sociales del siglo XIX y se instituyó la cuestión racial como un dispositivo de poder para la clasificación de los pueblos y las personas.

¿Qué entendemos por imaginarios raciales?

Nos inspiramos en los trabajos realizados por la investigadora argentina Laura Catelli sobre los imaginarios raciales y el mestizaje como un dispositivo de poder en América Latina. Pasemos por alto los pormenores arqueogenealógicos del concepto imaginario racial y señalemos la clave y la pertinencia del concepto ya que muestra, más que una noción unívoca del concepto raza, los efectos discursivos de esta noción dentro de un campo de poder en el que las relaciones sociales, institucionales, nacionales y extraterritoriales están simbolizadas sin que se reduzcan al simbolismo creado.

En este sentido, cuando hablamos de imaginarios raciales lo hacemos de un modo de representar las diferencias en base a la jerarquización y clasificación de los sujetos siguiendo determinados estereotipos.

Estos estereotipos racializados pueden generarse desde el saber-poder o bien son frutos de las relaciones cotidianas entre los individuos, diferenciadas primero objetivamente a través del cuerpo; pero, posteriormente subjetivadas en formas simbólicas.

En síntesis, cuando hablamos de imaginarios raciales no necesariamente nos referimos de modo exclusivo al color de piel, sino a la construcción simbólica a partir de las diferencias y las jerarquías establecidas siguiendo la ruta de la racialización de los cuerpos.

El punto interesante aquí es que lo racial o, como dice Vega, la cuestión racial no se reduce a una situación de relaciones de poder dentro de un sistema esclavista, sino que está presente también en las sociedades poscoloniales a través de un complejo simbólico-discursivo. Nuestra intención, a partir de Catelli, es ver lo racial como un proceso y como un dispositivo que permite establecer relaciones de poder entre individuos, pueblos, instituciones, naciones, etc.

Nos embarga la idea de que señalando la particularidad de los imaginarios raciales y sus usos discursivos se destacan las implicaciones que tiene la problemática racial sobre el sujeto y las relaciones sociales e institucionales. Siguiendo brevemente este trayecto, valorizamos aún más las aportaciones del libro.

En las conclusiones del libro señala Vega que el proyecto dominicano de anexión a Estados Unidos en 1870 no se llevó a cabo por nueve razones (p. 263-267) de las cuales cinco mencionan o toman en cuenta, de algún modo, la cuestión racial (1. El asunto racial; 3. La falta de experiencia política de Grant; 5. Haití; 7. Fish; 8. Santo Tomás). Señala Vega que la verdadera razón que tuvo el presidente Grant para solicitar la anexión del país fue dicha cinco años después de haber sido negada por el senado norteamericano. En su discurso de despedida ante el Congreso, el presidente Grant señaló que: «la raza emancipada del sur hubiese encontrado allá un hogar agradable, donde sus derechos civiles no hubiesen sido cuestionados y donde se demandaría tanto su mano de obra (…). No supongo que toda la raza se hubiese ido, ni es deseable que deban ir. (…) Pero la posesión de este territorio hubiese dejado al negro “jefe de la situación”, al permitirle exigir sus derechos en su patria, bajo riesgo de encontrarlos en otro lugar» (p. 270).

Más tarde, antes de morir, el presidente Grant declaró a Mark Twain lo siguiente: «Santo Domingo fue ofrecida gratuitamente a nosotros, no solamente por su gobierno, sino por toda su gente, casi a ningún costo. La isla (sic) está muy cerca de nuestras playas (…). Considere que la gente de color iría allí en grandes cantidades, para así contar con Estados independientes, gobernados por su propia raza» (p. 271).

En estas declaraciones emanan las clasificaciones raciales en la que la raza es distintivo para diferenciar a unos ciudadanos (exesclavos y negros) de aquellos que gozan de los plenos derechos civiles (libres y blancos). La representación de Santo Domingo muestra una confusión, de parte de Grant, entre el país (Santo Domingo) y la isla (La Hispaniola) en la que se exime de las diferencias entre la nación haitiana y la dominicana.

Esta confusión no es fortuita, sino que obedece al imaginario racial sobre el Caribe como una comunidad de negros y mulatos; así que, en la representación estereotipada de los políticos norteamericanos, racialmente las dos naciones que pueblan la isla son la misma cosa.

Lo mismo sucederá con el principal opositor, dentro de la política norteamericana, de los planes de anexión de Grant. Charles Summer argumentará en una primera intervención el modo en que se realizaría la anexión y lo «vituperable» del informe rendido por la comisión examinadora de la situación de Santo Domingo (p. 209); pero luego planteará su oposición a partir de las ideas emanadas de las ciencias sociales del momento en términos de las diferencias del carácter entre la civilización blanca y la raza negra; aunque Bernardo Vega explicita la influencia directa sobre Summer del profesor suizo Louis Agassiz y sus teorías sobre el clima y la raza, estas teorías provienen de la psicología social y de la etnografía que dominaron la segunda mitad del siglo XIX.

Summer diferenciaba tácitamente entre el carácter anglosajón de los Estados Unidos y el carácter de las comunidades antillanas en donde «la raza negra es predominante» (274).

Este congresista pensaba que los dominicanos eran «una raza turbulenta, traicionera, indolente y no dispuesta a ser útil a su país o al mundo en general» y, después de analizar los conflictos con Haití, concluía que por «el carácter de esta gente haría no deseable la adquisición» (p. 273). La cuestión es que a Summer le convencía la idea de que «a los africanos pertenece la banda ecuatorial y deben de disfrutarla sin ser molestados» (p. 143).

En la búsqueda de las influencias obtenidas por Summer y otros opositores para sus planteamientos Bernardo Vega se auxilia de los estudios de Fidel Tavárez y Dennis Hidalgo quienes analizan las ideas deterministas que subyacen en los argumentos de oposición al proyecto de anexión de Grant.

Tavárez subraya que, para el momento, algunos políticos poseían la teoría de que el clima tropical degeneraba la raza anglosajona. Era el caso del congresista Carl Schurz para quien en los trópicos «allí el hombre siempre se ha degenerado.

Mientras el clima templado estimula el ejercicio de la razón y el sentido del orden, el sol tropical inflama la imaginación y desarrolla las pasiones» (p. 180). Todo ello era dañino para el desarrollo de instituciones republicanas, lo que convertía a estos pueblos en propenso a «mandar por la fuerza y el control del fuerte sobre el débil» (p. 181). Según Dennis Hidalgo, por su parte, aunque distingue otros motivos detrás de la oposición de Charles Summer igualmente en este opositor se destacan las ideas sobre el clima; como hemos visto más arriba.

La tesis de las influencias climáticas sobre el carácter de los pueblos es uno de los lugares comunes de las ciencias sociales del siglo XIX.

El determinismo geográfico o las influencias del clima sobre la composición del carácter o el espíritu de los pueblos se acompañó del determinismo biologicista. De ahí que las ideas raciales fuesen tomadas, conjuntamente a las del clima, como verdades científicas de peso en las discusiones sobre la incorporación de un pueblo antillano a la Gran Unión.

Incluso, la cuestión racial incorporaba también todo un discurso antihibridismo o antimulato. Por ejemplo, el senador Fernando Wood se opuso a la anexión porque la población dominicana «es de un tipo degenerado en grado sumo, estando principalmente compuesto por una raza cuya sangre tiene dos tercios de africano nativo y un tercio de criollo español, a diferencia de cualquier raza de color conocida en este país o en cualquier parte del mundo”.

Bajo este argumento antimulato se opone a la anexión porque «Esta es una mezcla completamente incapaz de asimilar la civilización y descalificada, bajo cualquier circunstancia posible, de hacerse ciudadanos de los Estados Unidos» (p. 176).

Como vemos en las citas anteriores, si bien la cuestión racial no es el único motivo para oponerse a la anexión de Santo Domingo juega un papel de primer orden en la argumentación de los opositores.

Las imágenes estereotipadas que se enarbolan como verdades científicas provienen de un discurso pseudocientífico que luego se materializará en la Psicología de los Pueblos. Estediscurso era una mezcla entre etnografía, biología y psicología social; inspirada tanto en el idealismo alemán como en el darwinismo social.Lo importante es que justificó el proyecto colonizador sustentando la superioridad cultural y racial de unos pueblos sobre otros. Así, los pueblos civilizados podrían disponer de otros pueblos menos civilizados, tenidos como bárbaros.

La mutual civilización-barbarie se constituyó en el baremo para medir el progreso-dominio de los menos «afortunados».

Las clasificaciones raciales asentaron y exacerbaron las clasificaciones de los pueblos en una oposición asimétrica entre el civilizado blanco que tiene el poder y las razas inferiores, negras, mestizas y mulatas que deben ser doblegadas o, en último caso, aisladas en su hábitat dado por la naturaleza o por ley divina. Una nota representativa del imaginario racial construido sobre la idea diferenciadora entre el civilizado blanco, las naciones desarrolladas y poderosas, y el bárbaro negro de las Antillas lo constituyen las caricaturas colocadas al final del libro de Bernardo Vega (p.306-308).

Las representaciones icónicas de las Antillas es la de un pueblo de «negritos» incivilizados que deben ser doblegados por el «Tío Sam». La imaginación racial basada en los estereotipos enarbolados por las ciencias sociales del momento se complementa con las representaciones icónicas de la prensa. Detrás de la sátira y la burla está el mismo estereotipo racial poblando los imaginarios sobre sí mismo y sobre los otros.

Un dato más: los imaginarios raciales construidos en torno a los pobladores de las Antillas también se apoderaron, como es natural, del colonizado. Las subjetividades subalternas replicaron los estereotipos y ajustaron su mirada sobre sí mismo y los demás a partir de estos esquemas raciales dominantes.

Es el caso del mulato Frederick Douglas que, en su segunda visita a Santo Domingo, describe al general Lilís en estos términos: «A pesar de que es de sangre mezclada, evidencia excelentes modales y también habla perfectamente cinco lenguas y luce más joven que la edad que dice tener» (p. 258).

La cuestión racial funcionó como un dispositivo de relación anclado en unos imaginarios raciales fundamentados y legitimados desde el saber-poder de las ciencias sociales del momento. Desde estas construcciones estereotipadas se clasificaron a las personas y a los pueblos según predominara determinado tipo racial.

En el caso del Caribe, por lo regular fue visto como una región determinada tanto por el clima como por el tipo racial preponderante en su composición. El tropicalismo y el racismo biologicista del siglo XIX marcaron una diferenciación jerárquica respecto al civilizado blanco, en este caso anglosajón.

El libro de Bernardo Vega ha dado en la diana al colocar la cuestión racial, si bien no como razón única, como crucial para la negación del proyecto anexionista del presidente Grant. Este es un ejemplo de cómo los imaginarios raciales impactan las relaciones de poder entre las naciones y los sujetos que la conforman; lo que muestra la riqueza analítica e interpretativa del concepto.

Profesor e investigador en el área de Filosofía y Humanidades, UASD. Colaborador de la revista Estudios Sociales.

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