Bibliotecas y calidad educativa en República Dominicana

Bibliotecas y calidad educativa en República Dominicana

-IV-
El impacto de la obra de Eugenio María de Hostos en la sociedad dominicana, ha sido de gran trascendencia. Fundamentalmente desde 1875 hasta 1903, etapa en la que, con algunos paréntesis, residió en República Dominicana. En ello jugó a favor la coyuntura luminosa en que le correspondió ejercer su magisterio: tras el triunfo de la Guerra de la Restauración frente a España, en 1865, y durante los gobiernos azules del Partido Nacional, liderado por Gregorio Luperón.

Valentina Peguero y Danilo de los Santos, en su obra Visión general de la historia dominicana, 3ra. Edición, Editora Corripio, Santo Domingo, 1969, pp. 274, enjuician la acción y legado de Hostos en nuestro país:

“La renovación hostosiana incidió notablemente en la vida cultural de la etapa del cambio, llenando un cometido más cualitativo que cuantitativo, en el sentido de que Hostos se convirtió en maestro de un selecto grupo que en definitiva constituía una élite. Quizás como precursor histórico hubiera calado con mayor profundidad a no ser por la animadversión del gobierno de Lilís contra la obra de Hostos y de sus seguidores. La misma se manifestó claramente en 1895, año en que la dictadura alegó divergencia de métodos en la Normal y las Escuelas Superiores que funcionaban. En consecuencia, el normalismo fue excluido y se crearon colegios centrales en Santiago y Santo Domingo. (…).”

Y pasan a detallar los efectos de la resistencia del lilisismo a su sistema normalista:
“Este cambio obedeció a una contrarreforma educativa patrocinada por el Estado, pero no significó que las ideas de Hostos desaparecieran, aún cuando el maestro se vio en la necesidad de ausentarse del país por diez años. En 1900 retornó tras la caída de la dictadura y elaboró un proyecto para una ley general de enseñanza que originó fuertes debates.”

Hostos asumió la educación y la causa nacional como si hubiera brotado de la tierra dominicana. Venció dificultades y obstáculos para lograr la meta. Si eran escasos los potenciales discípulos, él salía en su búsqueda, como lo informa Rufino Martínez, en su Diccionario biográfico-histórico dominicano:
“(…) recorrió poblaciones del Cibao en gestión de prédica entre determinados padres de familia para conseguir discípulos. Los obtuvo, aunque en cantidad limitada, de todas las comarcas”.

De él dijo José Ramón López que “cuando (…) llegó al país como un apóstol de la instrucción, la clase intelectual dominicana tenía representantes de singular talento, que podían ser gloria de cualquier nación, pero no los había con objetivos útiles y él trajo esos objetivos útiles, altos ideales humanos”.

Y Santiago Guzmán expresó: “si como maestro y pensador fue grande, como patriota fue el más grande de los dominicanos. Para librar a Quisqueya de los peligros que amenazan su existencia, se empeñó en darle lo que le faltaba, un ideal de civilización que realizar”.

Ulises Heureaux (Lilís) provocó la salida de Hostos del país. El gobierno chileno, presidido por José Balmaceda, lo llama para trabajar en la reforma de la Enseñanza. Allá deja un legado inmenso.

Y en nuestro territorio crecía cada vez más la simiente que sembró. El primer fruto de la Escuela Normal que fundó, en febrero de 1880, fue el Instituto de Señoritas, en 1881. Su primera directora fue Salomé Ureña de Henríquez. De ella dice Hostos:

“Era el alma de una gran mujer hecha Institución, y que al hacerse conciencia de la mujer dominicana, puso en favor de la obra de bien, la voluntad, primero, de todas las mujeres de la República y la conciencia después, de la sociedad entera”.

De esa Salomé saldría Pedro Henríquez Ureña, cuya gran obra intelectual, académica y educativa también dejaría su impronta en Estados Unidos, México, Argentina, España, Cuba y en su propia República Dominicana.

Ernesto Sábato, discípulo de Henríquez Ureña en el Colegio Nacional de la Universidad de La Plata, en Argentina, ha evocado a su maestro, con devoción:

“A veces he pensado, quizá injustamente, qué despilfarro constituyó tener a semejante maestro para unos chiquilines inconscientes como nosotros (…) Al lado de aquellos grandes institutos de ciencias físicas y naturales, la Universidad (de La Plata) llegaba, verticalmente, hasta la enseñanza secundaria y la primaria: un colegio nacional y una escuela de primeros estudios, donde los chicos tenían hasta su imprenta propia, dieron a nuestra universidad un carácter insólito en la vida argentina. Baste decir que en aquel colegio secundario tuvimos alumnos como Rafael Alberto Arrieta, (Pedro) Henríquez Ureña y (Ezequiel) Martínez Estrada.”

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