Bienestar contagioso

Bienestar contagioso

Todos los viernes veía a ese viejo sentado en una mesa al fondo del bar. Al lugar acudían jóvenes fanáticos del “fútbol” a mirar los partidos en una gran pantalla de televisión. Bebían cerveza y discutían asuntos deportivos y de política; también contaban historias picantes acerca de mujeres. Con las risotadas de los muchachos el viejo sonreía y estiraba las arrugas de su rostro plegado. El anciano bebía whisky con hielo, pausadamente. Los jovenzuelos, absortos en las carreras de los futbolistas, no miraban siquiera al vejete de la última mesa. Cuando el balón cruzaba las porterías, los gritos de los jóvenes repercutían en el techo y en las estanterías llenas de botellas.

Entonces, algunos mozalbetes, de pie frente al televisor, notaban la presencia del viejo, que los miraba con entusiasmo y admiración. A veces el viejo se levantaba del asiento y extendía el brazo para estrechar la mano del joven que gritaba más alto. ¡Traigan queso, pan y jamón! ordenó uno de ellos al camarero; otro añadió: ¡ponga un servicio en la mesa de aquel señor y cárguelo a nuestra cuenta! El vejete, con los ojos puestos en el televisor, movía los brazos, pataleaba bajo la mesa. La cara la tenía animada por el conato de ejercicio que hacía desde su rincón.

Pregunté al camarero si el viejo acudía al bar todos los viernes. Me contestó: no señor, él viene todos los días a las cinco de la tarde; los viernes permanece más tiempo y bebe un trago más que los otros días. Entra cabizbajo y sale con el pecho levantado. Los jóvenes ruidosos que visitan el bar parece que le inyectan energía. Las risas y los gritos de estos fervorosos del Real Madrid retumban hasta en la cocina de este restaurante.

Un médico, asiduo concurrente de dicho bar, opina que el viejo se ha sometido, inconscientemente, a una “terapia psicológica de grupo”. Los muchachones le insuflan ánimo y alegría por simple proximidad. ¿La vitalidad de los amantes del deporte, puede transmitirse a los que ya no pueden practicar ninguno? ¿Escuchar risas y explosiones de entusiasmo o alegría, podría estimular favorablemente el sistema nervioso de un anciano? Nadie se atreve a interrogar al viejo solitario.

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