Bienmesabe electoral

Bienmesabe electoral

JUAN D. COTES MORALES
Ya comenzó la zafra electoral. En todas las plazas jabardillos, manjaferros y patoteros harán de las suyas. Cada palmito, como vivalavirgen, exhibirá muy sonriente y satisfecho la plebeyización de su lenguaje para atraer votantes y votos de gandumbas y ganapanes, sogalindas y milhombres.

La Junta Central Electoral distribuirá los dineros, siempre insuficientes, para asistir a todas las organizaciones políticas reconocidas, a fin de que sus dirigentes puedan zangolotearse, zurear, zurdear y hacer paparruchadas buscando boquimuelles en todo el país.

En período de elecciones no se tipifica la malversación de fondos, pues éstos siempre tendrán justificación ante la moral pública, habidas cuentas de que en su oportunidad cada quien ha hecho las veces de soplapitos o caballito de totora.

Los directores de campaña se darán gustirrimin del bueno tartaleando como nadie en busca de sus golondros y telánganas porque sus méritos le han costado mucho sacrificio y no pueden ser confundidos con parlaembaldes arrufianados.

Muchitanga, cáncanos, burdéganos, pelanas, ñiquiñaque podrán hacer el bululú que quieran, pero de bambolla no pasarán.

Las elecciones realmente son atractivas, son festivas y tienen el mágico encanto de que todos los afiches de todos los candidatos muestran rostros muy sonrientes y llenos de satisfacción.

Y esos afiches, en su mayoría, pertenecen a personas que han pasado parte de su vida adulta de cancamacola haciendo cursillos, organizando grupos, dando charlas, inscribiendo gente, mucha gente, distribuyendo pitanzas, haciendo dinámica de grupos y hasta en movimientos de apostolado y muchas otras cancamusas.

No faltarán dirigentes bonanzosos y cucañeros que siempre tienen a su disposición para sus recorridos una murga para hacer titiritaina en todo lugar y destino a donde llegan con voluntad ralenti para asuntar las jaiberías de todos los huelebraguetas que ellos mismos han puesto a runrunear las marrullas de los adversarios.

La verdad es que con las elecciones, mucha gente se mete en caifanía o en currú, porque en ellas hay de to’ como en pulpería: «Sí, señor, que no hay tu tía, / lo dice el viejo Tomás, / para cantar a compás, / el rosario de María, / pues suelto en esta alegría / debe de andar Satanás», tal como dice Juan Antonio Alix.

La llama es bella…Es como una danza de banderas…Es hermosa…carnavalesca…carnal…Cuando un pintor concibe su obra es toda incendio…masas de color que suben…se entrelazan…conversan…brazos que se alzan de un océano de luz…imploran…florecen…amarillos que traspasan los rojos…negros y azules que persiguen al anaranjado…siempre danzantes…siempre alegres…voluptuosas …ágiles…(Pedro Mir).

En fin, «El político ha de ser fuerte y hábil»: esta es la doctrina de Maquiavelo. El león y la vulpeja le suministran un ejemplo para hacer patente, resaltante, su idea. Es necesario -dice Maquiavelo- ser vulpeja para conocer los lazos y ser león para espantar los lobos. El león y la vulpeja son dos animales famosos en la historia de la política. Cicerón, en su obra De los oficios, libro I, escribe que «de dos modos se puede hacer injuria: o con la fuerza o con el engaño; la fuerza parece propia del león, y el engaño de la vulpeja». Ya mucho antes que el orador romano, Plutarco decía en sus Vidas paralelas, al relatar las gestas de Lisandro, que una de las máximas que profesaba este general lacedemonio era la de que «lo que no se puede conseguir con la piel del león, debe alcanzarse con la de la vulpeja». Ne quid nimis: huyamos de los extremos. No consideremos al león como usador arbitrario de su fuerza: no tengamos a la vulpeja como tramadora de engaños. El león puede enseñar al político la fortaleza noble; la vulpeja puede adiestrarle en la habilidad discreta. (José Martínez Ruiz, Azorín).

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