Bienvenida, Juanita

Bienvenida, Juanita

La mención es ineludible, impostergable. Se repite cada año, como “Cantares” de los Vegabajeños o el “Cántico” de Juan Antonio Alix conocido como Las Arandelas. Obligada la referencia como la reiteración de Noche de Paz o el afán tras el cerdo asado, el ponche, el jengibre. Aunque se diga lo mismo, se acuda al lugar común de los buenos deseos, la tradición une y es tiempo de Juanita. Arquetipo que Esther Forero compuso y cada vez que suena la interpretación de Milly Quesada, convoca, estremece. Himno para el desarraigo, porque Juanita abarca, va más allá de la mujer que emigra para proveer. Cántico que anuncia la temporada del regreso y el reencuentro, del alborozo en el callejón y la cuartería, en el ático, en la enramada, en el patio y el “jacuzzi”. Es el momento de excesos consentidos. De amanecidas opíparas, con declaraciones insospechadas de cariño, con ajuste de cuentas del corazón, esos pendientes que la distancia agrava o reblandece. Es la manifestación de la desmesura dominicana, la cita obligada con la emoción. La algarabía que permite el receso de rencores y la tibieza de odios. El resentimiento se desenvuelve como las hojas del pastel y entre el sabor de lerenes, buempán y moro de guandules, aflora un guiño de confraternidad. Y en los aeropuertos está el instante con la historia, en cada terminal el relato. Está la urgencia para el disfrute y la libertad. La pretensión es conjurar el cansancio de silencio y de contención. Pésames pospuestos se confunden con nacimientos recientes. Llega la trabajadora que suda y tiembla con el frío sin disfrutar la nieve, la que intenta entender la razón del prejuicio, pero no puede. El muchacho que creció en el “basement” y sueña con el espacio que idealizaron los abuelos ubicado en alguna zona rural del Cibao, en algún barrio de la capital. La anciana que no perdió nunca la esperanza de volver desde aquel día gris que comenzó a pegar “zippers” en una factoría húmeda y gracias al favor de un yerno y a sus ahorros, retorna con arrugas y sin carga de lejanía, porque jamás se desprendió del verdor ni de los andurriales, de la rigola y la chercha. Llega también con su sombrero de fieltro, su camisa abotonada hasta el cuello, el billetero que se cansó del pregón y emigró en aquel período de los 12 años y confiesa no conocer túneles ni elevados.
La alegría del encuentro es indescriptible. Una lágrima, un grito, un apretón, un abrazo ensayado mientras el “subway” rodaba o cuando asomaba la resignación en los desvelos solitarios del destierro. Confusión de sentimientos, solidaridad en la prisa, en la desesperación por descubrir primero al familiar. Los recién llegados buscan entre la multitud, claman. Es un embate de entusiasmo que ocupa cada centímetro de las salas de recepción. Algunos cumplen con la costumbre, vuelven para compartir con familiares y amigos las fiestas navideñas y de fin de año, después de la jornada de trabajo y sacrificio. Otros, realizan el anhelo suspendido durante cinco, diez, a veces veinte años y vuelven distintos. Quieren buscar el primer amor, reconocer rostros, identificar la parentela desconocida. Reviven penas, añoran sazones y ruidos. En voz alta, sin reparar en la barahúnda, indagan, ofrecen, dicen qué trajeron, qué olvidaron. Bendicen, besan el piso, mencionan el equipo de béisbol favorito, y el “viva” para el político no falta.
Juanita o el empeño emigrante, atado a su comarca, a sus raíces y tradiciones, produjo en el primer semestre del año US$3,215.7 millones. Los envíos provienen de EUA -77%- como el mayor emisor, luego España y otros países. Las cifras del Banco Central confirman el aumento de las remesas formales. Cinco provincias reciben la cantidad mayor de envíos: Santiago, Duarte, La Vega, Provincia Santo Domingo, Distrito Nacional.
Bienvenida la satisfacción por el esfuerzo, la apariencia de bienestar, la dominicanidad monda y lironda. Es tiempo para divertirse, aunque en el hondón del gozo aceche el desgarro de la despedida.

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