Bienvenido Alvarez Vega – Es verdad, reina el desamparo

Bienvenido Alvarez Vega – Es verdad, reina el desamparo

Algunos dirán que es el pesimismo de siempre. El que nos viene de los ancestros hispanos, del despotismo ilustrado o de la impaciencia derivada de no entender que en la sociedad no se producen milagros, sino procesos.

Otros dirán, los que están disfrutando de las mieles del poder, los que alaban las acciones del gobierno y hacen antologías de ellas en la televisión, en la radio y en la prensa escrita, que no es más que ganas de molestar, de hacer oposición, de ver todo en negativo, de no querer entender, ni comprender.

Y no faltarán quienes, almidonados en sus triunfos y adquisiciones, levanten los brazos y lancen un largo y estentóreo grito a los vientos para decir ¡pero y qué es lo que quieren!

Pero al Cardenal López Rodríguez no le faltan razones. En la sociedad dominicana de estos días reina, a todo lo largo y ancho de la geografía nacional, un profundo sentimiento de desamparo y de derrota. Mucha gente se siente abandonada a su suerte, desatendida por quienes fueron elegidos por el voto ciudadano para gobernar bien en este país, para poner el orden que emana del cumplimiento de la ley, para promover la prosperidad de la nación y sus habitantes, para proteger y guardar los bienes públicos, para rendir cuentas de sus actos.

Pero ha ocurrido lo contrario. La calidad de la vida ha disminuido de manera galopante y alarmante. La depreciación de la moneda, la inflación, los altos precios de los combustibles y la falta de confianza en los responsables de las políticas públicas son factores que cada día llevan pobreza y miseria a los hogares dominicanos.

Las autoridades llevan meses y meses ofreciendo explicaciones, en ocasiones contradictorias, sobre la naturaleza de la crisis que abate a los hogares y a sus moradores. También citan, de forma unánime, las que consideran sus causas. Específicamente hablan de la crisis financiera que prácticamente quebró tres bancos importantes. También ensayan con una tesis según la cual el endeudamiento en dólares del sector privado es, por lo menos, corresponsable de los problemas.

Son explicaciones que, en general, no son compartidas por voces representativas del empresariado, de los economistas, de los políticos, de las iglesias y de los medios de comunicación. Pero lo que importa ahora, y esto parece no entenderlo el equipo de gobierno, es adoptar medidas que procuren superar o poner freno al deterioro de la calidad de vida de la población.

Es evidente, nos parece, que la respuesta dada por el equipo de gobierno a la crisis bancaria –para razonar siguiendo su lógica– ha sido un fracaso. Porque pretendiendo salvar a unos miles de ahorristas se ha puesto de rodillas a toda una nación. Por lo tanto, se impone cambiar el chucho y rectificar, en la medida de lo posible, los pasos dados hasta ahora.

Se han perdido miles de empleos, la moneda ha perdido su valor de compra a una velocidad tal que el aparato productivo de la nación ha sido incapacitado para competir con el exterior, el servicio energético sigue enredado en una crisis financiera que ha llevado el pesimismo a las firmas del negocio, las finanzas públicas son insuficientes para solventar las tareas del gobierno y la emigración ilegal se eleva de tal modo que las autoridades de Puerto Rico han tenido que dar la voz de alarma.

Veamos este dato como ejemplo sobresaliente de lo que está ocurriendo en la economía dominicana. La Oficina de Desarrollo Humano ha establecido, basada en cifras del Banco Central, que el costo promedio de los alimentos y servicios de la canasta familiar mensual era de 6,796 pesos en agosto del 2000. Ahora, a diciembre del 2003, ese costo subió a 11,832 pesos. No se trata, como puede apreciarse, de que el aumento registrado sea de tal o cual por ciento. Esto es, en definitiva, irrelevante. Lo que importa es que estos 11,832 pesos equivalen a 219 dólares y el salario mínimo en las grandes empresas dominicanas equivale a 102 dólares y el de la zona franca industrial es de 75 dólares o menos.

En buen romance, entre los dominicanos hay suficientes razones para sentir la desesperanza y el desamparo de que habla el Cardenal López Rodríguez. Y tras este desamparo viene la desatención, la orfandad y la pérdida de la ilusión y de espera, la desesperación, la irritación, la impaciencia y el pesimismo.

Uno quisiera que el equipo de gobierno retomara la responsabilidad de enfrentar la crisis económica que corre por todas partes. Que comprendieran que su principal tarea no es hacer proselitismo político, sino trabajar para el bien de la gente, para la prosperidad de la nación, para crear las condiciones para que los hombres de empresa inviertan, reinviertan, creen empleos y hagan posible una justa redistribución de la riqueza.

Pero, a decir verdad, esa gente no está en eso. Esa gente está en otra cosa, y por eso es que crece el sentimiento de desamparo.

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