Birmania: el secreto mejor guardado de Asia

Birmania: el secreto mejor guardado de Asia

Por encima de los problemas políticos, Birmania –cuyo nombre oficial es Unión de Myanmar, aunque en castellano persiste el uso del antiguo topónimo–, es un país con una población amable y abierta, y uno de los sitios ideales para comprender la espiritualidad del budismo.

En muchas ocasiones, las fronteras terrestres del país están cerradas, y sólo se permite la entrada por vía aérea, lo que encarece el viaje y frena a muchos mochileros, cuyo presupuesto suele ser siempre bastante ajustado. Sin embargo, el gasto del billete de avión se puede ver compensado una vez dentro del país, donde con 100 euros se puede costear holgadamente el alojamiento, comida, transporte y compras varias en un viaje de 10 días.

Yangón, la entrada al paraíso dorado

Lo habitual es que el turista comience su visita en Yangón, la que hasta hace poco era capital nacional (hace poco se ha sabido que el país ha trasladado su capital a la pequeña ciudad de Pyinmana). Las primeras impresiones del país suelen experimentarse en el distrito central de la ciudad, en el que vive una gran comunidad de emigrantes indios, bengalíes y nepalíes que dejan su impronta de alegría y hospitalidad con el visitante. Siempre intentan vender algo, pero nunca en situaciones incómodas o forzadas.

Lo primero que sorprende al llegar a Birmania, para aquél que no se ha documentado, es el hecho de que los hombres llevan falda. Es similar al sarong tailandés, pero más largo, y los birmanos lo llaman longyi. Muy pocos llevan pantalones o vaqueros, ni siquiera los jóvenes birmanos, aficionados al rock y a las motos. La versatilidad de la prenda es enorme, ya que recogida en las pantorrillas, puede servir lo mismo para bañarse que para jugar un partidillo de takraw (fútbol tailandés). Otra cosa que llama la atención los primeros días es el aspecto de las mujeres birmanas, que pintan sus mejillas con una especie de jabón llamado tanaka para hidratarse la piel y protegerse del sol.

El centro de Yangón (ciudad antes llamada Rangún) es un maravilloso caos en el que la época colonial parece que haya acabado el año pasado. Las casas necesitan una mano de pintura, pero sus aún brillantes colores conservan el sabor de la época británica, la que inmortalizó tan bien George Orwell en su novela Días en Birmania. En las calles del barrio central, de estructura cuadrangular, se alternan estrafalarios diseños de mezquitas, templos budistas e hindúes, iglesias católicas y protestantes, sinagogas… La convivencia de distintas religiones es tal que los templos de distintos credos a veces comparten muro.

Sin embargo, si una religión predomina sobre las demás es el budismo, y de hecho Birmania es el país con más monjes budistas del mundo, niños y adultos. En todos los países budistas del sureste de Asia son una imagen habitual, pero los monjes birmanos visten de rojo, no con ropas azafrán como sus vecinos tailandeses, laosianos y camboyanos. Es habitual además verlos abanicándose con un gran pai pai en el que hay escritos sutras budistas, y portando un gran bol negro, que utilizan para pedir limosna de casa en casa.

El hermoso cuadro de las calles birmanas se complementa con muchos otros elementos: los puestos de lotería, los de venta de caña de azúcar… y la coloreada imagen de Yangón es completada por sus curiosos vehículos. Sus bicicletas con sidecar, sus viejos automóviles (en su mayoría japoneses y de segunda mano) pero, sobre todo, los autobuses, que parecen salidos de los años ’40, y siempre abarrotados hasta tal punto, que los más atrevidos no viajan dentro, sino por fuera, agarrados a las asas de la parte trasera.

Letreros, matrículas, todo está escrito en birmano, una escritura apenas conocida en el resto del mundo, y que para el que nunca se ha encontrado con un texto en ese idioma puede parecer un lenguaje inventado por un guionista para una película de marcianos: está hecho a base de combinaciones de círculos abiertos o cerrados. Conviene aprenderse por lo menos los números, sobre todo a la hora de tomar autobuses.

Los olores de Birmania son intensos, y si uno es frecuente, guste o no, es el de la kunya, conocida en Occidente como betel o nuez de areca.

El Gobierno, en manos de una Junta Militar desde hace más de cuatro décadas, intentó prohibir el consumo de betel por temor a que diera mala imagen, pero los ciudadanos no hicieron mucho caso a las ordenanzas. El régimen militar se nota en la gran cantidad de policías y soldados armados que patrullan las calles, o que no se permite, por ejemplo, caminar por la acera próxima a edificios similares. A las 11 de la noche, pasan las patrullas motorizadas y la animación de la calle se acaba de inmediato.

En la ciudad es obligatorio para el turista visitar la Shwedagon Paya, uno de los templos más sagrados del país y lugar donde la espiritualidad que se respira no tiene nada que envidiar a las de La Meca, Jerusalén o Roma. En lo alto de una colina, a la que se ha de subir descalzo, se alza este templo espectacular, capaz de sorprender hasta al turista que ha recorrido cientos de pagodas budistas en sus viajes por Asia. En el centro se erige una inmensa estupa dorada, símbolo de Yangón y de Birmania, en la que se cree que hay guardados varios cabellos de Buda. Rodeando la estupa hay decenas de edificaciones más pequeñas, de múltiples estilos y colores. EFE-Reportajes

Publicaciones Relacionadas

Más leídas