BITÁCORA VITAL

BITÁCORA VITAL

Con gran dolor de cabeza

mi mente borra el recuerdo

y de mi corazón escapa un suspiro,

que fragua en el viento

como ráfaga de hielo,

duerme en silencio

que la noche es mansa

que mañana sea quien

decida darle fin

o comienzo a la jornada….

El disfrutar de mis últimos

días de asueto

para despejar el alma,

que el lunes Dios dirá

la labor extensa

o el comienzo

de proyecto mudo

del paso creativo

de mi mundo

diseñando a solas

la mejor estrategia

el mejor alivio

para la jornada,

o un día blanco y normal

donde nada o todo pasa.

Estos días cotidianos

en mi vida

que surcan mis espacios

entre sueños despiertos

entre vivencias pasadas

entre transcurrir del día,

por la tarde al apagarse el sol

en el horizonte.

 Redundando en la vida

redundando en los sueños

redundando en anhelos dispersos,

la esencia divina entre planetas

que exime de sentimiento nostálgico

por ser vivido y disfrutado.

Adolfo Casas C [i]

 El fin de la “prisión domiciliaria obligatoria” impuesta por el juez de bata blanca llamado médico me hizo olvidar por un instante los sonidos, los colores y matices de la cotidianidad del que debe salir cada día a buscar el sustento.

Una mañana cualquiera, mientras aguardaba el cambio de luz del semáforo que nadie, ni siquiera los Amet, respeta, me puse a observar a mi alrededor. Me di cuenta, constaté otra vez, que la ciudad es una selva de cemento, plagada de vehículos de todos los tipos y de habitantes que ya no se conocen y se maltratan entre sí.

Al observar de manera consciente, para lo cual dejé de escuchar la música seleccionada para sustraerme de los embates agresivos de los transeúntes y los choferes impertinentes y violadores de las reglas de tránsito, me di cuenta que la vida estaba allí, en esas cuatro esquinas. La doméstica que acompañaba al niño todavía somnoliento a la escuela maternal con sus dos manos ocupadas, en una la “ loncherita” con las meriendas del niño y con la otra sostenía la mano del pequeño que hacía lo imposible por no llegar al destino. El señor bien vestido sentado en el asiento trasero de su flamante vehículo, leyendo la prensa para enterarse de los vaivenes del mercado, la excusa válida para no ser testigo de lo que acontece a su alrededor. La larga fila de hombres y mujeres trabajadores que esperan con ansiedad y aprehensión la llegada del “concho” o de la “voladora” que los dejará cerca de su destino. Los mendigos, los trabajadores de la espera, acuden a la cita cotidiana, extendiendo su mano y vendiendo sus miserias. Los que limpian/ensucian los cristales y la carrocería con sus mullidas esponjas, y que en gesto agresivo obligan a los conductores a darles una moneda. Los que venden la prensa matutina, labor a la que se han incorporado mujeres, y cuando alguien hace una señal de compra, saltan a la calle sin temor a los demás vehículos que circulan a su alrededor. En las aceras de la ciudad abundan las improvisadas “tiendas” de comida, y en aceites sin fecha de expiración revuelven lo que sea para los comelones que se acercan.

Decidí reducir la marcha y observar la ciudad, como testigo activo/pasivo de una ciudad que se auto-atropella y que se resiste, desde sus propias entrañas, a vivir con un poco de orden. Observé la contaminación visual. Todavía quedan restos de los candidatos al Comité Central y al Comité Político del partido en el gobierno, con sus sonrisas fingidas y arregladas. Los anuncios improvisados de los “técnicos” que reparan cualquier cosa hiriendo los pocos árboles centenarios que la “civilización” municipal y la “miamización” no se ha llevado.

La basura atestada en los escasos contenedores, producto de la incapacidad del municipio de resolver un problema vital, quizás porque estuvo más pendiente de comprar las instalaciones de la “ciudad de las luces” en el otrora zoológico de la ciudad; situación que se agrava porque la ciudadanía no tiene conciencia ecológica ni ciudadana para proteger el medio ambiente y el ornato, y tiran por doquier papeles, botellas, cartones y todo cuanto les estorba. Una ciudad sucia que se hace más insoportable cuando llueve, porque las calles se vuelven ríos y lagunas, y nuestros vehículos se convierten en improvisados botes.

Y después de más de 20 años haciendo la misma ruta para llegar al lugar de trabajo, he visto cómo el paso del tiempo ha dejado sus huellas en todo. El “funcionario de la esquina” ubicado en la 27 de Febrero con W. Churchill ha perdido su energía y ha engordado enormemente. Ahora limpia/ensucia los cristales sin la ilusión de “ir a Japón a mostrar la bandera del país.” El loco de la Sarasota ya dejó de usar las batas de gran señor, ahora sólo es un sucio lumpen que hace lo que sea para drogarse. La mendiga que permanece impasible con su mano extendida pidiendo sin palabras ayuda, se ha vuelto una verdadera anciana, sin dientes y con ojos todavía más vidriosos. La inválida que usa muletas para moverse y que domina con maestría sorprendente, moviéndose entre los vehículos con soltura y desenfado, está gordísima, producto quizás de las comidas chatarra compradas en los improvisados comedores.

El famoso “Boulevard de la 27” languidece impasible ante los ojos de las autoridades competentes. El muy anunciado “monumento a la modernidad” ha perdido brillo y esplendor y se ha convertido en la vergüenza de un sueño de grandeza con el dinero público. La “pequeña torre Eiffel” está cayéndose a pedazos, a pesar de que la original, situada en París con cientos de años, sigue intacta y acogiendo miles de turistas. El “Times Square” ya no alumbra. Las pantallas no funcionan. Y el reloj que fue colocado quizás inspirado por el Big Ben de Londres está detenido, las horas, los días, los meses y los años pasan y él ni se da por enterado. El lugar se ha convertido en un territorio apache, donde los bandoleros han hecho de las suyas y lo han marcado como suyo.

La ciudad sigue, la gente se apresura a caminar y rodar en una carrera interminable y sin norte. Somos una “gran ciudad” porque representamos más del 30% de la población y del electorado. Somos una ciudad moderna porque las luces deslumbran, cuando la CDEEE se digna a dárnosla.

¡Ah falsa modernidad! ¡Ah falso progreso! ¡Ah ciudad sin alma ni dolientes! ¿Cuándo tendrás mejor futuro? No lo sé. Quiero saberlo. Exijo saberlo, porque cada mes me arrebatan una parte importante del sudor de mi trabajo. Y me siento cansada, atropellada y humillada.

 

mu-kiensang@homail.com

mu-kiensang@pucmm.edu.do

sangbenmukien@gmail.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas