Blasón de poeta tiene un precio

Blasón de poeta tiene un precio

DIÓGENES VALDEZ
De aquellos trabajos poco queda que sea digno de mención y esos esfuerzos no han podido siquiera considerarse, ejercicios previos para emprender tareas poéticas más elevadas. El tiempo presente parece tener como característica la ambigüedad. Existe por demás una inversión de valores, pero el presente aludido no es el instante que vivimos, sino aquél que se inicia con el advenimiento al poder del tirano Trujillo, y que a más de cuarenta años de su desaparición física, no concluye. De aquella época que todavía no rebasamos, quedan remanentes funestos, sobre todo, en la mente de muchos jóvenes que sólo han conocido de manera libresca lo oscuro y tenebroso de aquella dictadura.

Algunos de los que hoy se encuentran ligados al poder político pretenden que aceptemos a rimadores por poetas, olvidando que el blasón de poeta tiene un precio, que en muchas ocasiones ha sido la pobreza. Ningún escritor dominicano podría ilustrar mejor tal aserto que Juan Sánchez Lamouth. La pobreza fue consubstancial a su persona, no sólo la vivió, sino que la poetizó. Una muestra de su desamparo se puede palpar en el poema Aldea. Veamos:

Aquí están los cerezos
aburridos de pájaros.
Aquí están las lagunas muriéndose de sol…
Aledaño a esa hilera.
de ranchos sin pintura,
se ve el campo enfermizo
de un viejo agricultor.
Son tan pobres las gentes
que moran esta aldea;
aquí sólo se siente la esencia del dolor
Para desayunarse se beben un Dios mío.
Y hay veces que se acuestan
nomás llenos de sol.

El caso de Sánchez Lamouth no es el único ejemplo de la ignominiosa situación que han vivido muchos escritores dominicanos. Podríamos citar también a Luis Alfredo Torres, otro poeta de indiscutible valía.

En ocasiones el precio por ser fiel a la poesía, ha sido la muerte. Sucedió con Lorca, Haroldo Conti y Roque Dalton. El verdadero poeta no transige con sus convicciones, sólo aquel que carece de una vocación auténtica o es un impostor puede inclinar su cabeza ante el poder omnímodo y creerse poeta sólo porque alguien, en un momento de extremada cortesía, lo designase como tal. Por suerte hemos tenido intelectuales que por su propio valer y decisión han podido conjurarse a sí mismos contra el maleficio degradante que significó la Era de Trujillo, porque aquella fatídica “Era” tuvo sus poetas cortesanos, en especial uno, aunque no escribiera un solo verso en honor del Jefe. Y no es justo estigmatizar a quienes por un imperativo histórico se vieron obligados a poner su palabra al servicio de la nefanda dictadura, peor que eso fue contemplar impasible, desde una alta posición burocrática, cómo se guillotinaba a todo un pueblo. En más de una ocasión hemos dejado pasar la oportunidad de que ese trujillismo que no se fue a la tumba con el “Benefactor y Padre de la Patria Nueva”, haga un mutis definitivo de los escenarios nacionales, y ésa, es otra de las grandes aspiraciones de los escritores dominicanos.

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