Nueva York.- La historia del senador Robert ‘Bob’ Menéndez (Nueva York, 70 años) puede contarse en orden cronológico o a la inversa pero, tras ser declarado culpable hoy de 16 cargos de corrupción, el relato es diametralmente distinto dependiendo de por dónde se empiece.
Hijo del matrimonio entre un carpintero y una costurera cubanos que huyeron de la dictadura de Fulgencio Batista para instalarse en Nueva York, Menéndez se graduó y doctoró en Derecho en la Rutgers School of Law suponiendo todo un orgullo para su familia.
Combinó su labor ligada al mundo académico con una carrera política que empezó a sembrar con 19 años, cuando integró el Concejo de Educación de Union City (Nueva Jersey), urbe de la que fue alcalde después, desde los 32 a los 38 años.
Lo que vino en la década siguiente fue su gran consolidación política, que le llevó primero al Congreso y luego a ser senador por Nueva Jersey desde 2006, erigiéndose como defensor de los derechos de la comunidad latina, abanderado de causas sociales y firme detractor del régimen castrista cubano.
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Sin embargo, quienes lo conocen en la intimidad, lo definen como una especie de ‘doctor Jekyll y míster Hide’; capaz de apasionarse y combatir problemas de las minorías con aparente nobleza y, a la vez, sentir una atracción fatal por el poder, las influencias y el dinero.
Así, se fue convirtiendo en una figura muy controvertida incluso de su propio partido (Demócrata).
En 2014 el FBI lo investigó por su posible relación con fugitivos ecuatorianos acusados de malversación; poco después fue acusado de aceptar pagos irregulares a su campaña de un rico oftalmólogo de Florida; y ahora ha sido declarado culpable de soborno y corrupción como ‘agente extranjero’ para Egipto y Catar.
A cambio de, entre otras cosas, un Mercedes-Benz convertible valorado en 60.000 dólares para su esposa Nadine -de origen libanés, con la que se casó en 2020 y también involucrada en el caso- y de varios lingotes de oro valorados en 100.000 dólares.
Durante la investigación, además, se encontró hasta medio millón de dólares en efectivo que parcialmente guardaba dentro de los bolsillos de su ropa colgada en un armario.
«No le bastaba con ser una de las personas más poderosas de Washington (…) Quería también amontonar riquezas para él y su esposa», dijo el fiscal federal Paul Monteleoni durante el alegato final de este último proceso.
Una descripción de la que, con mayor o menor suerte y esquivando las lágrimas, Bob Menéndez se ha querido alejar durante el juicio, vinculándola a una supuesta «campaña» de aquellos que «no pueden aceptar que un latinoamericano de primera generación» se convierta en senador y «sirva con honor» a Estados Unidos.
Conocedor de los entresijos de la política nacional, Menéndez nunca ha desaprovechado oportunidades para posicionarse e interferir en asuntos internacionales relativos sobre todo a Latinoamérica, demostrando en un sinfín de ocasiones su rechazo al Gobierno cubano.
En 2009 pidió a EE.UU. que suspendiera su financiación a la OEA si Cuba se reincorporaba; cuatro años después se convirtió en el primer latino en presidir el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, y en 2016 promulgó una ley para limitar el acceso de Nicaragua a préstamos extranjeros.
Bajo esa apariencia de señor bonachón, con dos hijos y gusto por los esmóquines con raya diplomática, Menéndez -un hombre de raíces cubanas que aceptó que todos los llamaran por su diminutivo- puede estar ahora ante el fin de su trayectoria, opacada por las huellas de un Mercedes-Benz y el peso de unos lingotes de oro.